Cuando pensamos en la pornografía japonesa, por lo general, nos viene a la cabeza el porno Hentai y, como mucho, algunas películas como El imperio de los sentidos . Sin embargo, el país de sol naciente fue (junto a Argentina y EEUU ) uno de los mayores productores de cortos mudos pornográficos o blue films rodados en 16 mm u 8 mm, desde el mismo nacimiento del séptimo arte.
Las blue films japonesas
Los inicios
Norimasa Kaeriyama (1893-1964), director pionero japonés y teórico del cine, afirmó en su libro Norimasa no seiteki miwaku (1928) que apenas un año después de que los hermanos franceses Lumière inventaran el cinematógrafo ( 1895), ya se proyectaban películas pornográficas extranjeras en Japón, y que tanto durante la era Meiji (1868-1912) como durante la era Taisho (1912-1926), la importación de contrabando de rollos pornográficos y eróticos era un negocio muy lucrativo..
Los blue films se proyectaban principalmente en Yoshiwara, el barrio de placer de la antigua Edo (actual Tokio), llamado «el mundo del placer o mundo flotante» (en contraposición al «mundo doloroso» o plano terrenal de muerte y renacimiento en el que se basa el Budismo), en el que florecieron los prostíbulos, las casas de juego, los locales de ocio y las «pinturas del mundo flotante» o Ukiyo-e y su rama erótica y pornográfica, el Shunga o Imágenes de primavera (eufemismo para el acto sexual).
En Yoshiwara suikyōgurashi, el escritor Heikichi Yoshimura explica que el barrio de Asakusa (Tokio), lugar de entrenimiento de las clases más altas, desplazó poco a poco al de Yoshiwara no solo en cuanto al visionado de los blue films, sino también en la recopilación de los rollos pornográficos extranjeros y en la producción y rodaje de material japonés, hasta convertirse en el mercado de blue films más grande de Japón y (probablemente) del mundo.
Aunque fuera un secreto a voces y la policía mirara a otro lado en muchas ocasiones, tanto la proyección de las películas como su producción se llevaban en la clandestinidad de los clubs, prostíbulos, salones traseros de los restaurantes y casas particulares, no sin cierta dificultad, porque los proyectores eran aparatosos y pesados, y los paquetes de películas, bastante voluminosos.
Los primeros blue films rodados en Japón solían proceder de aficionados, tener una baja calidad y guiones bufonescos o cómicos, aunque también abundaban los cortos con cierta calidad artística, rodados por auténticos profesionales, como el intelectual universitario creador del primer blue film de 16 mm en color, filmado en Ito Onsen y costeado por el señor feudal o daimyō de Atami, en 1927-1928.
Época dorada de los blue film japoneses
A pesar de la apertura de Japón al exterior en los primeros años de la era Shōwa, durante la II Guerra Mundial (1936-1945), el Imperio de Japón estableció el Tokubetsu Kōtō Keisatsu (Policía Superior Especial), también conocida como Shisō Keisatsu (o Policía del Pensamiento), que además de investigar y controlar a los grupos políticos cuyas ideologías se consideraban una amenaza para el orden público, vigilaban y censuraban la expresión de la sexualidad, por lo que no es de extrañar que el fin de la guerra y el comienzo de la ocupación americana supusiera para algunos ciudadanos japoneses un cierto alivio, a pesar de los estragos causados por la contienda y la dureza de la posguerra.
Los tres primeros años de la ocupación (de 1945 a 1948) son descritos por Shimokawa Kōshi, historiador de la sexualidad japonesa, como una época de «anarquía sexual» o «liberación sexual», en la que la sociedad discutía abiertamente sobre sexualidad y temas «escabrosos» o grotescos, en las revistas underground kasutori. Sin embargo, Mark McLelland matiza en Sex and Censorship During the Occupation of Japan que «anarquía sexual» no es un término correcto, ya que la sexualidad y sus expresiones continuaron siendo altamente reguladas y supervisadas por las autoridades gubernamentales, aunque la censura estaba más enfocada a la política contraria a la confraternización entre japoneses y ocupantes, y el material erótico perseguido con más ahínco fuera el de los nacionales aliados y no el producido en Japón, salvo que se refiriese a relaciones mixtas (entre caucásicos y japoneses).
De hecho, Christine Marran, profesora de Literatura y Estudios Culturales Japoneses en la Universidad de Minnesota, explica en Poison Woman: Figuring Female Transgression in Modern Japanese Culture que, con el fin de distraer a la población de las actividades de las fuerzas de ocupación, el Gobierno japonés creó la estrategia de las «3-S», Sports, Screen y Sex («Deportes, Pantallas y Sexo»).
Por otro lado, la Policía japonesa (en virtud del artículo 175 de su Código Penal, que castigaba con multa o prisión a los que vendieran material obsceno) estaba obligada a perseguir este tipo de material, pero entre que la consideración de obscenidad era más ideológica que sexual, que era una «fuerza descentralizada, inexperta y mínimamente armada» debido a las purgas y la reorganización y que los grupos organizados (Yakuza) tenían una intensa actividad delictiva, los pornógrafos pudieron seguir con su actividad sin una presión excesiva.
La suma de todos estos factores propiciaron la edad de oro de los blue films japoneses, que se proyectaban (junto con los rollos pornográficos extranjeros que se protegieron durante la IIGM para evitar que los destruyeran los bombardeos sobre Tokio), en establecimientos designados como «restaurantes», «salones de baile» y «cervecerías», creados por la Asociación de Recreación y Diversión (RAA), que en realidad servían como burdeles oficiales para el personal militar.
Los blue films también se proyectaban en los barrios de placer, sobre todo en Yoshiwara y zonas portuarias, que tomaron el relevo del barrio de Asakusa, destruido por los ataques aéreos durante la IIGM, y en oficinas, clubs y casas privadas, a lo largo de toda la geografía japonesa.
Declive de los blue film japoneses
Tras la ocupación, el Gobierno japonés recrudeció las políticas censoras de la sexualidad, con la publicación de la Ley de Prevención de la Prostitución (1 de abril de 1958), que supuso el cierre del barrio de Yoshiwara, y con la orden de incrementar la persecución policial, en aras del artículo 175 del Código Penal, del material pornográfico.
Sin embargo, este aumento de la censura no impidió que siguieran produciéndose blue films, en especial, las bandas organizadas, ya que lo vieron como una alternativa al negocio de la prostitución: de hecho, se calcula que los pandilleros produjeron, vendieron y proyectaron más de 100.000 rollos pornográficos en la década de los 60.
El declive definitivo de los blue films japoneses comenzó en la década de los 70 y culminó en los 80, no tanto por la detención en masa de miembros de mafias dedicadas a este negocio, como por el auge de otro tipo de material pornográfico (Ero gekigashi o revistas eróticas, anime, libros de vinilo o libros bini), la aparición de los reproductores (Beta y VHS), los nuevos canales de distribución y, claro está, las infinitas posibilidades de Internet.
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