Relatos eróticos

¿Me permites? (2): La dependienta – Relato lésbico

Si no lo hiciste, te recomendamos leer la primera parte aquí: ¿Me permites? (1): La dependienta – Relato lésbico

Me convencí de que eran imaginaciones mías, pero cuando nuestras miradas se encontraron sentí cómo mi interior echaba a arder. Sus esferas azules anidaron en las mías y mi cuerpo volvió a ir por libre. Mi pecho subía y bajaba como nunca, y Zaida reparó enseguida. Puso la palma de la mano en mi seno izquierdo, tras unos segundos sus dedos se trasladaron al borde del sujetador. Acarició el encaje que separaba mi busto de la tela, y pude sentir un aleteo contra mi piel. Deseé más, más contacto y más intenso, y se lo hice saber agarrando su muñeca para que se mantuviera allí.

—¿Sabes? Ahora que lo pienso, creo que tengo un modelo mejor… ¿Me permites? —Volvió a preguntar. Pero esta vez, sus manos empezaron a dirigirse, antes de que asintiera, al cierre trasero del sujetador.

Ante la ausencia de respuesta, la dependienta clavó sus ojos en los míos y acarició la piel de mi espalda. Su mirada se posó en mi boca, y luego sus labios me hicieron cosquillas en el oído cuando repitió la pregunta. El consentimiento nunca me había parecido tan sexy como entonces, y le dije que sí en forma de jadeo. Entonces liberó el cierre con una sola mano y sin miramientos, y dejó que la prenda cayera a mis pies.

—Tienes mucha ropa —susurré. Fue apenas imperceptible, pero bastó para que Zaida comenzara a desabrocharse los botones de la camisa del uniforme.

Permanecí quieta, atenta a cada nuevo pedazo de piel que quedaba expuesta. Y, después de imaginar durante meses qué tipo de ropa interior usaría ella, me sorprendió descubrir su ausencia, al menos arriba. Sus senos, pequeños y firmes, hacían de cualquier sujetador una prenda redundante. Miré los míos en el espejo un momento: más grandes, asimétricos y con una diferencia notable en su tamaño. No obstante, Zaida no permitió que mi mente vagara más allá de aquella comparación objetiva, se colocó tras de mí y los cubrió con sus manos.

Cerré los ojos un momento fugaz, presa de la sensación de sentir el calor de su torso contra mi espalda. Su corazón también latía fuerte y hacía eco en mi piel, y lo que eso significaba hizo que todo el vello de mi cuerpo se erizara. La sola idea de que ella se sintiera igual de atraída por mí que yo por ella hacía que el estómago me diera un vuelco, igual que si me estuviera balanceando en el columpio más alto. Sus dedos, tímidos al inicio, comenzaron a acariciar mis pechos con una intensidad que crecía de forma paulatina.

La imagen que me devolvía el espejo era la escena más erótica que había visto nunca, y me forcé a seguir observándola a pesar de las ganas que tenía de rendirme al placer. Al poco, Zaida se concentró en mis pezones y los arañó con suavidad antes de atraparlos entre sus dedos. Aquella forma de aprisionarlos resonó en todos los rincones de mi cuerpo, e hizo que fuera consciente, por primera vez aquella tarde, en la humedad que se estaba formando entre mis piernas. Como si supiera exactamente qué necesitaba, alternó pellizcos intensos con caricias profundas, y yo me sentía cada vez más excitada.

En una ocasión había leído que algunas mujeres eran capaces de alcanzar el orgasmo solo con la estimulación de los senos, y siempre había pensado que yo no formaba parte de aquel afortunado grupo. Sin embargo, nadie me había tocado antes como aquella dependienta, ni siquiera lo había logrado yo misma, pero tenía la sensación de que el orgasmo podría llegar en cualquier momento.

Zaida siguió recreándose con mis pechos, y cuando creía que no sería suficiente me invadió una oleada de placer. Sentí el inicio de un orgasmo que llevaba tiempo gestándose dentro de mí, como una ola que nacía en alta mar y se dirigía a la orilla. Lo noté acercarse fuerte, intenso, vigoroso… pero luego se esfumó. Gemí, frustrada, y la dependienta siseó algo que no pude descifrar. De nuevo, el orgasmo se abrió paso dentro de mí, y esta vez sentí cómo se catapultaba cuando ella se puso frente a mí y atrapó uno de mis pezones en su boca. Succionó, mordió y lo liberó con fiereza antes de ir a por el otro. Estaba al borde, podía sentirlo, y aun así necesitaba más. Tomé la muñeca de Zaida y la guie a mi entrepierna.

—Estás empapada…  —Soltó un gruñido cuando sus dedos entraron en contacto con la tela de las bragas.

Yo gemí por toda respuesta, y me apoyé contra una de las paredes del probador. Levanté una pierna, que coloqué en la butaca para darle a Zaida más acceso y asegurarme de que mis necesidades resultaban evidentes. Quería que me tocara directamente, sentir los mismos dedos que acariciaban el encaje en mi sexo. Cuando lo hizo, cuando al fin me bajó las bragas y se zambulló en mi humedad, eché la cabeza hacia atrás y dejé que ella se hiciera con el control.

Mi espalda se arqueaba por el placer y cada vez me resultaba más difícil mantenerme en pie. Su boca se ensañaba con mis pechos, primero uno y luego otro, mientras sus dedos se movían en círculos sobre mi clítoris sin tregua. La dirigía con mi muñeca, primero un poco más arriba, luego un poco más profundo.

—¿Quieres que entre? —murmuró. Su expresión estaba cargada de deseo y podía percibir en cada uno de sus movimientos que tenía las mismas ganas que yo de llevarme al clímax.

—Me gusta más así —le confesé con cierta vergüenza, como si acabara de revelarle mi mayor secreto.

Mantuvo aquellos movimientos erráticos con firmeza, intensidad y constancia. Solo fue cuestión de tiempo: abandonó mis senos para dejarse caer sobre mi cuerpo, así como estábamos, contra la pared del probador. Intensificó el contacto, y gimió en mi oído mientras se frotaba también contra mí. En contacto contra su anatomía, mis pezones ardían por la estimulación a la que habían sido sometidos momentos atrás. Deseé que aquel dolor entremezclado con placer me acompañara a casa, que permaneciera conmigo varios días para recordarme lo que estaba sucediendo en aquel elegante cubículo.

Un roce más contra mis pezones y una ligera embestida en mi centro me arrojaron a lo más alto. Sentí cómo el clímax se concentraba en mi clítoris y se extendía poco a poco por todo mi interior. Al igual que lo habíamos construido con lentitud, se propagó de la misma manera. La intensidad aumentaba por momentos y me mantuvo presa durante más tiempo de lo habitual. Fue el orgasmo más largo que había experimentado nunca, y resonó incluso en mis pezones sensibles.

El placer todavía me estaba atravesando cuando tiré de la mano de Zaida para que nos sentásemos en el suelo. Me quedé medio arrodillada, y decidí seguir alimentando mi deseo. Le quité la camisa a la dependienta, luego alargué la mano dispuesta a tocarla. Pero antes, busqué sus ojos, que parecían haberse oscurecido en el transcurso de aquella escena tan íntima e, imitando su tono gentil, le pregunté:

—¿Me permites?

*Este texto es ficción, pero en la realidad hay que tomar precauciones. Recuerda tener sexo seguro utilizando métodos de prevención de ITS.