La giganta
Cuando en su poderoso numen hijos monstruosos
a diario paría la Creación, yo quisiera
haber vivido junto a una joven giganta,
como un gato sensual a los pies de una reina;
y ver cómo su cuerpo y su alma florecían
creciendo libremente en sus juegos terribles;
saber si una sombría llama abriga su pecho
por las húmedas nieblas que nadan en sus ojos;
recorrer a mi gusto sus magníficas formas;
trepar por la ladera de sus grandes rodillas,
y a veces, en verano, cuando malsanos soles,
a tumbarse en el campo, fatigada, la impulsan,
indolente a la sombra de sus pechos dormirme,
cual aldea apacible al pie de una montaña.
Charles Baudelaire
Macrofilia
Una noticia se hizo viral hace apenas unos días. Marie, una excontable de 1.90 metros de altura, había creado una cuenta en OnlyFans en la que publicaba contenido «fetichista gigante» junto con sus familiares. El negocio es tan lucrativo, que la familia Temara gana unos 800.000 dólares mensuales con vídeos en los que, aprovechando su estatura y juegos de cámara, erotizan a miles de macrófilos. No me extraña; en los últimos años, el fetichismo por los gigantes produce milllones de vídeos con los hashtags #Giantess y #Giantwoman en plataformas como TikTok y OnlyFans, y su auge es tan pronunciado que Clips4Sale, web líder de contenido fetichista, lo ha nombrado «Fetiche de 2024», debido a que en 2023 fue el más buscado y su tercera categoría con mayores ingresos.
Qué es la macrofilia o amor por los gigantes
La etimología de su nombre no puede ser más clarificadora: la macrofilia, del griego makros (grande) y philía (amor o afición por algo), es una parafilia caracterizada por sentirse atraído sexualmente por los gigantes, seres mitológicos que aparecen en la tradición oral y escrita de culturas ancestrales: Gilgamesh, Humbaba y Enkidu, en la mitología sumeria; Putana en la hindú; Atlas, Polifemo, las Titanides y los Titanes, Porfirión, Agrio, Toante, Alcioneo, Efialtes, Encélado, en la griega; los Jotuns y Loki, en la nórdica; los Jentilak y los Mairuak en la vasca; el Goliath bíblico; los Nephilim hebreos…
Seres con dimensiones que oscilaban entre los 3 metros y kilómetros planetarios, con capacidad para vivir romances, aniquilar mundos y despertar fantasías eróticas reflejadas de manera más o menos sutil en el arte, a lo largo de los siglos, y muy especialmente a partir del XVIII, como Los viajes de Gulliver (1726), de Jonathan Swift, La giganta (1861), de Charles Baudelaire, Alicia en el país de las maravillas (1865), de Lewis Carroll o Cosmic Casanova (1958), de Arthur C. Clarke.
No obstante, suele considerarse que el auge de la macrofilia tuvo lugar en la década de 1950, gracias a una serie de películas de ciencia ficción en las que el protagonista humano cambiaba de tamaño: The Amazing Colossal Man (1957), The Incredible Shrinking Man (1957), War of the Colossal Beast (1958) y la estrella de la corona, Attack of the 50 Foot Woman (1958), filme de culto macrófilo y detonante del fetichismo por las gigantas, minoritarias en la mayoría de las mitologías clásicas.
Como no podía ser de otro modo, las revistas Pulp también exploraron este género, con historias de ciencia ficción y aventuras protagonizadas por amazonas, mini gigantas prehistóricas y gigantas extraterrestres, que posaban semidesnudas en las portadas de clásicos como Planet Stories o Amazing Stories, con vestidos o bikinis diminutos.
También hubo gigantes masculinos, con un erotismo más o menos sutil, como la serie de la BBC Land of the Giants (1968) o el cómic Hulk (1962), que hicieron las delicias de los macrófilos homosexuales y, en menor medida, de las macrófilas heterosexuales, minoritarias en este fetiche sexual.
Pasada la fiebre macrófila, hay pocos ejemplos en la cultura popular de finales del XX y principios del XXI, salvo personajes como She-Hulk o Hulka, Garganta en Femforce o el Doctor Manhattan de Watchmen) y guiños míticos en series de televisión (Futurama, Malcolm in the Middle), videoclips (como Miserable, de Lit, en el que una Pamela Anderson-Mini Giganta devora a los miembros del grupo de rock, o mi favorito, Sonne, de Rammstein, una versión BDSM de Blancanieves y los 7 enanitos, con nalgadas incluidas) y campañas publicitarias (como el anuncio de Puma, rodado en 2003, en el que una Valentina Biancospino-Giganta aplasta todo a su paso, engulle a un transeunte y acaba siendo dominada por el futbolista italiano Gianluigi Buffon).
El mundo GTS
Las contadas referencias a los gigantes en la cultura popular actual no ha impedido que la macrofilia creciera como fetiche hasta alcanzar cotas gigantescas. El mundo GTS prolifera en Internet gracias a vídeos y fotos «reales» (como los de la familia Temara), ilustraciones, cortos pornográficos, historias noveladas, relatos, mangas y animes Hentai (con escenas al más puro estilo Ero guro), profesionales y amateur, en los que se satisfacen todas las fantasías posibles (spanking, bondage, sexo oral, facesitting , voyerismo…) e imposibles (masturbación con edificios, sexo con otros seres monstruosos como dinosaurios o extraterrestres, destrucción de planetas, viajes al centro de una vagina…).
Un fetiche tan amplio que ha dado lugar a clasificaciones atendiendo a las medidas del gigante (amazona, mini gigante, gigante, gigante masivo o giga) o a cómo interactúa: Crush o Aplastamiento, aplasta cosas (coches, edificios) o personas (incluyendo al macrófilo), con partes de su cuerpo, como los pechos (boob crush), el culo (butt crush) o los pies (feet crush); Growth o Crecimiento, crece desde un tamaño normal hasta uno gigantesco (con todo lo que eso supone); y el Vore o vorarefilia, engulle o devora cosas inánimes, seres vivos o al propio fetichista.
Aunque estas dos clasificaciones pueden ayudar a los amantes de los gigantes para encontrar material que satisfaga sus fantasías, no dejan de ser limitadas, porque este fetichismo (como cualquier otro), presenta decenas de variantes.
En el fondo, las fantasías macrófilas podrían sintetizarse en los dos núcleos del BDSM: dominación y sumisión; el gigante gentle o gentil y el destructor, dominarlo o ser dominado por él. Así lo afirman expertos como Justin Lehmiller, investigador del Instituto Kinsey, y macrófilos que no dudan en reconocer que este fetiche o parafilia es «la máxima expresión de dominación, en la que quedas reducido a la nada frente a una mujer. A veces no eres más que un juguete sexual. A veces no eres nada y sólo piensas en ser aplastado».
Aplastado, engullido, devorado, usado, sometido… o amado, «como un gato sensual a los pies de una reina (…) creciendo libremente en sus juegos terribles».
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