Frases de sexo

Citas célebres para entender mejor el sexo: Groucho Marx

«¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?».

Groucho Marx

Posiblemente después de aquello de «Este es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad», la sentencia de Groucho Marx ocupa el segundo lugar o, en cualquier caso, uno de privilegio en el ranking de las citas célebres del siglo XX. Y es que si pisar por primera vez la luna fue un acontecimiento que se encarna y obtiene sentido en la observación de Neil Armstrong, la vigencia de la incisiva pregunta de Groucho reside, fundamentalmente, no solo en su agudeza, sino en que es algo que, todavía, pese a lo que muchos nos podamos creer, sigue sin estar resuelto. Pero vamos, ni de lejos…

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Frases de sexo

La distancia entre «hacer el amor» y «follar» permanece como un espacio incierto entre el aquí mismo y el más allá, en una incertidumbre semántica entre los sinónimos y los antónimos. Y si eso, su incertidumbre conceptual de parentesco, puede resultar incómodo, lo que verdaderamente resulta problemático es que según el sujeto contemple el enunciado de Groucho, que si amor, que si tan solo sexo, la afectación va a producir una indefectible dificultad en la propia persona y en su entorno (en la pareja, por ejemplo).

Una buena pregunta es siempre más importante que una conveniente respuesta

Cuando Julius Henry Marx, Groucho Marx para el show business y  posiblemente el cómico más influyente de nuestro tiempo, utiliza esta pregunta como título de su capítulo 21 de las memorias que llamó «Groucho y yo» en 1959, demuestra que el saber preguntar es quizá la mejor demostración del saber reflexionar. Que una buena pregunta es siempre más importante que una conveniente respuesta. Posiblemente, por eso Groucho plantea la cuestión de manera retórica, no esperando respuesta (una pregunta filosófica es precisamente  filosófica porque siempre permanece abierta). De hecho, a lo largo del capítulo que introduce la cuestión, mucho más que intentar hallar una respuesta de cierre, para lo que le sirve a Groucho es para reflexionar sobre cuestiones de lo que hoy llamaríamos «la relación entre los sexos». Y eso es justo lo que vamos a hacer aquí: pensar a partir de él en su endiabladamente complejo dilema en forma de pregunta, más que intentarle responder de una vez por todas al bueno de Groucho.

Lo primero que mencionaremos, antes de entrar en mayores honduras, es que los humanos siempre, bueno, al menos desde que existe algo así como lo que llamamos «civilización», han necesitado de un marco y de una justificación moral para interactuar sexualmente con otro ser humano. Esto, ya de por sí, es curiosísimo.

Posiblemente se deba al hecho de que, al carecer nuestra especie de un «celo» puntual, como en el caso de otros mamíferos, y mostrarnos siempre receptivos a dichas interacciones, hemos tenido, especialmente las mujeres, que generar (y hasta nos la hemos creído) dicha «excusa» moralmente aceptable del amor para diferenciarnos y caracterizarnos, como hemos pretendido siempre, del resto de los animales.

Así, una mujer que se  ha visto tradicional y legendariamente coartada y anulada en su inclinación libidinal ha hallado la forma de justificar al colectivo, y de justificarse a sí misma, la consumación carnal de una atracción erótica a través del amor: «No, yo no hago eso por la misma razón que un babuino, yo no tengo un instinto animal que se me desata; yo, si hago esto, es porque amo». Convirtiendo nuestra condición sexuada (el sexo) en algo inferior, degradado y dependiente de nuestra capacidad de construcción afectiva (el amor). Este establecer algo tan elevado y glorioso como el amor en una especie de «celo» afectivo, de barrera entre lo que es puramente la lujuria y el sentimiento elevado, podría ser una primera explicación del porqué una cosa se entrelaza con la otra. Pero hay más.

Entrando en más «profundidades»…

Cuando el psicoanalista francés Jacques Lacan pronuncia aquello de que no hay relación sexual o esta resulta imposible, no sabemos, ni lo sabe un lacaniano de pro, a qué se refiere exactamente, pero podemos intuir o suponer algo. La distancia entre dos seres humanos es infinita, no podemos conocer de verdad al otro, el otro es un desconocido con el que el único modo de vincularse es a través de generar sobre y junto a él una fantasía. Echándole encima una especie de manto o disfraz que lo convierta de algo inasequible en algo relativamente abordable, de acercarlo de alguna manera desde su posición de radical alejamiento a una posición más próxima a mí mismo. Esa fantasía, esa simbolización que posibilita la, en principio imposible, estructura deseante, aquello que permite que le vea y le toque los genitales a un radical desconocido, es una «historia» (en su sentido más cuentista) de «amor».

Establecemos un relato fantasioso de afectos, sentido y proyectos y nos lo creemos, nos lo tenemos que creer para que ese necesario acercamiento libidinal se produzca. Sin ese «milagro alucinatorio» no compartiríamos nada, nada tendríamos que ver con los demás y nosotros mismos no alcanzaríamos nunca ni la condición de ser existente ni la condición de humanidad.

El filósofo lituano que padeció los campos de concentración nazis, Emmanuel Levinas, expresaría lo insalvable de acceder a la otredad de otra manera pero con la misma contundencia y rotundidad conceptual. El otro, en su rostro, es el «infinito» inalcanzable que además perturba, descoloca y cuestiona la soberanía de mi yo, de mi «totalidad». Por eso, y de manera introductoria, escribe en su obra de 1962, Totalidad e infinito: ensayo sobre la exterioridad, lo siguiente: «El otro es el único ser al que puedo querer matar». El «otro» es ante todo una perturbación, una conmoción, que lo primero que apela en mí es el deseo de destruirlo, de erradicarlo de mi vista. Algo que el propio Freud ya anunciaba cuando detecta que el infante, en cuanto tiene conciencia de la formación de su yo, de su soberbia autoconciencia, lo primero que siente y experimenta es odio mucho antes que amor, y que este, el amor, vendrá, en todo caso, después. Pero es precisamente esa voluntad de liquidar cuanto antes al otro, y siguiendo a Levinas, lo que hace que ese otro sea visto como una interpelación hacia la responsabilidad que sentimos por la fragilidad que manifiesta ese mismo. Una apelación imposible de rechazar, un reclamo que es lo que abre lo primero humanizante y la filosofía primera: la ética.

El plantearnos la interacción sexual como una forma de combate, de lucha feroz en el que el otro y uno mismo somos conducidos a una simbólica muerte, si leemos a Georges Bataille, ya nos llevaría muy lejos en nuestro limitado propósito de seguir pensando desde y con la pregunta de Groucho.

Conclusión

La pregunta sigue en cualquier caso muy viva (más viva y presente que incluso el propio Groucho Marx), sin resolver, sin saber gestionar, que nos introduce en lo personal a errores emocionales y a decisiones muchas veces erróneas.

Una cuestión que seguiría siendo igualmente endiabladamente difícil y que, tras todo lo referido, invalida la pretendida creencia de que mantener una interacción sexual con alguien es como tomar un café. No, no es lo mismo, pues el vínculo afectivo satisfactorio o perverso, caduco o sostenible, existe (tiene que estar indefectiblemente). Un vínculo imaginario que, en mi (tajante) opinión, no es y no puede ser amor pero sí es un afecto, independientemente de las causas que lo produzcan.