Relatos eróticos

Apenas un roce – Relato erótico

Hace siete años, Drawneer von Darbis nos envió un relato sobre un posado sexual que puedes leer aquí. Hoy, como segundo finalista de nuestro I Concurso de relatos eróticos, publicamos «Apenas un roce», en el que esa distinción biológica (y simbólica) del humano, el oponible dedo pulgar, inicia un viaje erótico y sexual fantástico. No te lo pierdas.

Nota del Editor: Al final del relato encontrarás un enlace a su novela en Amazon.

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Relatos eróticos

Apenas un roce

Apenas ha sido un roce. Un ligero toque con la yema del pulgar. Ni siquiera traía una suavidad especial ni una actitud sensual, solo he puesto en contacto la piel de mi dedo con la de tu brazo unos centímetros por encima de tu codo, pero ya has bajado un poco tus párpados, ya prestas menos atención a la tele y en el rictus de tu sonrisa ya veo claro que tú sabías que yo escondía toda la intención. El ángulo de tu espalda contra el sofá se ha relajado tan poco que nadie que no te conociera tanto como yo podría haberse dado cuenta del ligero cambio de la posición de tus caderas. El rubor de tus mejillas ha subido un par de tonos y aguantas la respiración a ver cuál es mi próximo movimiento. Debo confesar que me encanta tenerte justo en este punto, antes de incendiar nada, pero jugueteando con el mechero en una mano y el bidón de gasolina en la otra. Me miras de reojo mientras sigues leyendo en voz alta las opciones que nos propone esa plataforma de streaming para que elijamos una película. Ya has decidido que no veremos ninguna, al menos en un buen rato, porque ese roce que hice como si fuera sin querer te ha propuesto una idea mejor y más entretenida y has aceptado, aunque yo aún no lo sepa.

Mi pulgar se sigue arrastrando por tu brazo, perezoso y tranquilo, como una chispa que busca un lugar donde prender la brasa. Ya sé que me esperas, ya sé que mis caricias son bienvenidas, ya sé que has recibido mi llamada y que has cogido el teléfono. Solo estás aguardando a ver qué invento, a ver qué ocurrencias despliego para avanzar por donde los dos queremos que avance. Eso no es un reto para mí, no es un desafío. No es un examen ni una prueba, solo es un paseo que nos tomamos juntos los dos, un viaje por tu piel, por tus sensaciones, porque a mí me encanta encontrar recorridos por tu superficie por los que dejarme llevar. Este empezó un poco más arriba de tu codo y ya ha avanzado por tu antebrazo. Tu mano, apoyada en tu regazo, ha sentido cómo pasaba de largo el límite de tu muñeca y recorría cada uno de los huecos que separan tus dedos. En tus cejas hay un gesto de curiosidad, una interrogación que yo leo como un «está muy bien esto, pero ¿no hay nada más?», y te contesto con un guiño que significa «ya voy». En efecto, el siguiente paso es un salto, desde tu mano a tu cintura. Oigo un soplido nasal, una risilla suave, una aprobación a mi osadía, y mis dedos se meten por

debajo de tu camiseta. No hay vértigo, no hay prisa, solo hay piel y sensaciones. Y tengo la impresión de que ya hemos empezado a follar.

A veces siento que llevamos follando desde nuestro primer polvo, sin interrupción, que el resto de las cosas que hacemos no son más que descansos, paréntesis que tomamos para recuperar energías o para dar variedad a nuestras vidas. O más aún, que nuestros encuentros sexuales ocurren en otra realidad, en otro universo, y que cuando tu cuerpo y el mío entran en contacto, aunque solo sea con un roce como el que hice hace un momento, abrimos una puerta a esas existencias paralelas, a esos nosotros que no paran de follar. Solo he deslizado mi pulgar por un par de palmos de tu piel y ya me siento como en pleno polvo contigo, mi piel ya reconoce la tuya, ya percibo el calor húmedo y ardiente de tu interior cuando abraza y abrasa mi polla, ya añoro la presión de tus músculos presionando mi erección y escurriéndola. Y sé que a ti te pasa lo mismo, porque tus reacciones te delatan. He interrumpido por un segundo el ascenso de mis dedos bajo tu camiseta y he fingido bajar, apenas un par de centímetros a la altura de tu ombligo, y en ese preciso instante has separado las piernas, has recolocado tus caderas y has lanzado un suspiro que ha acabado de encender todos los poros de mi piel, si aún quedaba alguno frío.

Pero esto solo ha ocurrido por una caricia con el pulgar sobre un trozo de tu piel. Aún no hemos hecho nada que tenga que ver con lo que otros llamarían «sexo». Y ya va siendo hora. Abro los cinco dedos debajo de tu camiseta, aplasto la palma de mi mano sobre tu abdomen y comienzo a subir, muy despacio, para que lo sientas durante más tiempo, para que te impacientes más. Conozco con absoluta precisión cada uno de los centímetros cuadrados que voy recorriendo, aunque no los vea. Cada lunar, cada peca, cada pequeña cicatriz, cada poro. Y también conozco la forma en que tu respiración está comenzando a temblar. Cariño, de verdad, aún no te he hecho nada, no me mires así. Aún no he llegado a ninguna de tus «zonas erógenas», que dirían por ahí. Puedo ver el brillo del fuego que he encendido en el fondo de tus ojos y el calor que emana en el rojo de tus labios. Quisiera quemarme en ellos, sumergir los míos en esa lava candente que debe de ser tu saliva e intentar apagarla con la mía, como si eso fuera posible. Quisiera morder la lengua que intuyo entre tu sonrisa lasciva, dejar que tú saborees la mía, cambiar el orden y volver a empezar. Quisiera hacer muchísimas cosas, pero si interrumpo mi viaje por tu piel no llegaré nunca donde quiero llegar. Y esto no puede quedar así.

Mi mano adopta la forma de una copa, de un recipiente, para contener el volumen de tu pecho sin ejercer la menor presión. Quiero que sepas que estoy ahí, que entiendas que ya he

llegado y que, fuera lo que fuese lo que tenía que pasar, será en este momento cuando ocurra. Las zonas rugosas de las yemas de mis dedos se aventuran por la superficie cálida y suave de tu seno y trazan círculos concéntricos, como si abriese la combinación de una caja fuerte. Mi mano está metida hasta la muñeca bajo tu camiseta y gira sin que ni tú ni yo podamos ver nada, aunque tampoco nos importa, porque nos estamos mirando a los ojos y no hay nada que me apetezca más contemplar. Dejo de hacer esos movimientos circulares absurdos y necesito inventar otra cosa, otro juego, otra forma de avanzar. Tengo que ser mucho más contundente, dejar mucho más claro el deseo que arde dentro de mi cuerpo y que voy a transmitirte, a trasvasarte, a hacer que fluya hacia ti. La prisa me empuja a ser más directo, a provocarte más sensaciones con cada una de mis acciones, y estoy bastante seguro de que tú puedes leerlo en mis ojos. Pero por si no fuera así, haré que lo percibas en tu carne. Coloco dos de mis dedos, el pulgar y el índice, los más fuertes de mi mano, uno a cada lado de la cúspide de tu pecho. Ni siquiera he encontrado aún nada especial en mi viaje, nada que no fuera piel, pero los dos sabemos que hay un lugar del que tú quieres que me ocupe, ahora que he aparecido por allí dentro. Así que eso es lo que voy a hacer.

Encuentro a ciegas tu pezón, enhiesto, duro, destacado sobre el resto de la areola, y eso me va a facilitar lo que tengo en mente. Coloco la uña de mi pulgar a un lado de la base y la de mi índice al otro, y tú llegas a distinguir apenas dos roces, dos sensaciones casi imperceptibles, tan suaves que no estás segura de lo que ocurre. Y entonces hago mi jugada maestra. Dejo que se deslicen, con lentitud, con cuidado, casi sin que lo notes, hacia la punta. No es un pellizco, no es un arañazo, son dos uñas que apenas te tocan arrastrando su dureza y su filo sobre la última capa de la piel de tu pezón, y es como si una corriente de electricidad estática hubiera hecho estallar un chispazo allí mismo. Das un pequeño brinco, te ha pillado por sorpresa, pero no apartas tu mirada de mí. Hago el camino de vuelta, desde la punta hacia la base, de la misma forma, con la misma intensidad, y resoplas con fuerza. Creo que he llegado al lugar al que quería llegar, que esta era la llave, la ventana a ese universo paralelo en el que no dejamos de follar jamás. Solo tengo que insistir en la combinación, en llamar al timbre de la puerta que quiero abrir. Vuelvo a deslizar mis uñas, procurando que sea un roce tan efímero que lo sientas mucho más que cualquier contacto. Subo hasta la punta y tú te retuerces. Vuelvo a bajar y tus caderas oscilan en un vaivén que conozco bien. Retomo el camino, hacia el extremo, y suspiras de una forma que acaba en jadeo, en un «Oh…» que me acaricia los oídos por dentro. Otra vez hacia la base; tu mano me agarra del muslo y me clavas tus cinco dedos como si me mordieras con ellos. Y por fin, cuando recorro de nuevo tu pezón todo lo largo que es, me dices, con la voz ronca y sin apenas aliento;

— ¿Es que no me vas a arrancar la puta ropa o qué?

Como si hiciera un truco de magia, mi mano sube desde donde está para llevarse tu camiseta por encima de tu cabeza. Tú levantas los brazos para facilitarme el trabajo y aprovechas el movimiento para abrazar mi cuello. Semidesnuda y ardiente tiras de mí, me atraes a tu cuerpo y fundes tu boca con la mía, como dos ríos de lava que colisionan. Hundo mi lengua entre tus labios y comenzamos una lucha de una contra la otra, músculo contra músculo, con dientes y mordiscos. Mis caderas necesitan expresarte cuánto te desean, mi cuerpo urge fluir sobre ti, dentro de ti, y que tú fluyas conmigo, y entonces intuyo que ha llegado el momento de que follemos, de traspasar la puerta a esa otra realidad. Sin soltar nuestro beso me pongo de pie y me agacho para abrazarte de nuevo. Tus piernas rodean mi cintura, porque sabes lo que voy a hacer. Nuestros troncos están soldados por la fuerza de nuestro abrazo y ni la más potente de las energías de este o de otro universo podría separar nuestras bocas. Yergo mi cuerpo, para ponerme vertical, y con ello te levanto, adherida a mí. Somos un solo cuerpo. Camino por el salón, sigo por el pasillo, y para cuando lleguemos al dormitorio tengo mil y una cosas que hacerte, millones de caricias que inventarme, y todas las ganas del mundo de que mi cuerpo y el tuyo se empujen en un combate sin víctimas ni vencidos que agote nuestras energías y que nos sirva para que tus ansias y las mías se transfieran a golpes de cadera y se concreten en placer, placer y más placer. Al fin se disipará la añoranza de tu sabor, de tu olor, del sonido de tus jadeos, de las sensaciones que tu coño caliente provoca en mi polla cuando la abraza y la abrasa. Al fin se satisfará todas las necesidades que provocó un simple roce de mi dedo pulgar sobre tu codo y que acabaron abriendo una puerta a otro Universo.

Puedes adquirir la novela de Drawneer von Darbis aquí: A bocajarro: Gracias por leerme