Eduardo VII se ganó el sobrenombre del rey Playboy, Dirty Bertie y Edward the Caresser no solo por su afición a los burdeles y a los baños en champagne con meretrices, sino también por las numerosas amantes más o menos oficiales que tuvo a lo largo de su vida; nada más ni nada menos que 55, según el escritor Anthony John Camp, entre coristas, actrices y miembros de la nobleza, como la condesa Daisy Greville, Sarah Bernhardt y Jeanette «Jennie» Jerome, más conocida como lady Randolph Churchill (sí, la madre de Winston Churchill).
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Las amantes más famosas de Eduardo VII: Lillie Langtry y Alice Kepper
Lillie Langtry
El romance entre Lillie Langtry, conocida sufragista, y el que era Príncipe de Gales, comenzó en una cena celebrada el 24 de mayo de 1877, cuando él pidió sentarse junto a ella a pesar de que había acudido con su esposo Edward. Pronto la convirtió en su amante semioficial, hasta el punto de presentársela a su madre y a su esposa, con la que mantuvo una relación cordial. Un romance caro, pues la colmaba de regalos, incluyendo una casa (Langtry Manor Hotel, en la actualidad) a la que acudían a disfrutar de los placeres carnales mientras su marido miraba a otro lado.
Tal despilfarro motivó esta anécdota en la que Dirty Bertie le recriminaba a Lillie el dinero invertido en el romance:
—Lillie, I’ve spent so much on you I could have built a Battleship («Lily, he gastado tanto en ti que podría haber construido un acorazado»).
—Sire, you have spent so much IN me you could have floated one. (Señor, ha gastado tanto en mí que podría haber flotado uno). Considerando que «Spent in» también quiere decir «eyacular dentro de alguien», la respuesta de Lillie Langtry fue mucho más que ingeniosa.
La relación entre ellos duró dos años, durante los cuales Lillie hizo muchos amigos importantes, entre los que se encontraba Oscar Wilde, que la ayudó a iniciar su carrera de actriz cuando el romance entre ella y Enrique VII terminó por el embarazo de ella y la nueva pasión amorosa de él, la actriz Sarah Bernhardt. Sin embargo, la ruptura no impidió que Eduardo siguiera mostrándole su afecto y la ayudara a reforzar su carrera cinematográfica.
Alice Keppel
Alice Keppel, una de las cortesanas más relevantes de la época, conoció al futuro rey del Reino Unido en 1890, cuando este contaba con 56 años y ella 30. A pesar de la diferencia de edad, se convirtió en una de sus amantes oficiales hasta el momento de su deceso, e incluso pudo visitarle en el lecho de muerte, gracias al beneplácito de su esposa. Un romance que no deja de ser irónico, considerando que Alice Keppel es la bisabuela de Camilla Parker Bowles, examante del tataranieto de Eduardo, Carlos Felipe Arturo Jorge, el también conocido como Támpax, actual rey del Reino Unido.
El rey Pacificador
Su vida ociosa y repleta de excesos no le impidió dar cinco hijos a su abnegada esposa (se cree que también tuvo tres hijos bastardos) y reinar con cierta dignidad cuando murió su madre, la reina Victoria, a pesar de que esta le había excluido del poder político mientras estuvo viva. 59 años, dos meses y trece días como príncipe de Gales, un largo periodo esperando su ascenso al trono, sin duda.
«Su Majestad Eduardo VII, por la gracia de Dios, del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda y los Dominios británicos más allá de los mares, rey, defensor de la fe, emperador de la India» reinó apenas 9 años (desde 1901 a 1910), en una época convulsa que daría lugar a la Primera Guerra Mundial.
A pesar de su vida libertina, la mayoría de los historiadores coinciden en que su educación estricta y la responsabilidad de liderar al que todavía era un gran imperio (aunque en proceso de desintegración) le impulsaron a reinar buscando la pacificación de los territorios (como el fin de la Guerra de los Boers), la forja de alianzas con otros países (como su visita oficial a Rusia, la primera por parte de la Casa Real británica, y sus contactos con otros monarcas europeos, que le valieron el sobrenombre de Tío de Europa) y la modernización del país (como el reconocimiento de la Oficina del primer ministro).
De hecho, tras su muerte el 6 de mayo de 1910, víctima de un infarto (tras echarse un cigarrillo, no por echar un polvo, a diferencia de otros personajes ilustres ), recibió grandes elogios por su carácter amable, sus buenos modales y su habilidad diplomática (por la que recibió el sobrenombre de «El rey Pacificador». «He perdido a mi mejor amigo y el mejor de los padres […] Nunca tuve una sola palabra de enfado con él. Estoy abrumado por el dolor y tengo el corazón roto […]», escribió su hijo Jorge, en su diario. Amor que, por otro lado, no le impidió renombrar a la casa Sajonia-Coburgo-Gotha como la casa de Windsor cuando ascendió al trono y se convirtió en Jorge V, para eliminar cualquier referencia alemana en su nombre, dado el antigermanismo imperante causado por el estallido de la I Guerra Mundial.
El destino de los juguetes eróticos del rey Playboy
¿Qué fue de la Chaise de volupté, Siège d’Amour o La silla del amor, diseñada por el ebanista Louis Soubrier, para que Dirty Bertie tuviera sexo con dos meretrices a la vez? ¿Y de la bañera decorada con una esfinge, en la que disfrutaba sumergido en champagne? Ambos objetos permanecieron en el lujoso burdel, Le Chabanais, haciendo las delicias (o, más bien, facilitándolas) de sus numerosos clientes.
Aunque la primera estuvo a punto de desaparecer durante la Segunda Guerra Mundial, ya que los altos mandos nazis que frecuentaban el burdel se plantearon destruirla porque llevaba el escudo de la Casa Real de un enemigo declarado. Sin embargo, no lo hicieron, justificando el indulto en la ascendencia germana del monarca. A fin de cuentas, su abuela, la princesa María Luisa Victoria de Sajonia-Coburgo-Saalfeld era alemana, al igual que su padre, nacido en Coburgo como príncipe Francisco Alberto Augusto Carlos Manuel de Sajonia-Coburgo-Gotha.
Tras el cierre del burdel en 1946, motivado por una campaña de desprestigio liderada por Marthe Richard contra los prostíbulos franceses, todo su mobiliario fue subastado por Maurice Rheims, en 1951, incluyendo, claro está, la chaise de volupté y la bañera de cobre. La silla del amor fue adquirida por un particular (algunas fuentes afirman que el nieto de Louis Soubrier), y tras varias vueltas del destino, acabó en el Museo de Orsay (París), donde se muestra en exhibición, al igual que otra pieza erótica de valor incalculable, El origen del mundo , de Gustave Coubert, considerado el cuadro más obsceno de la historia.
En cuanto a la bañera, fue adquirida por más de 100.000 francos por el anticuario Jacob Street y en 1972, por Salvador Dalí, para que decorara su habitación en el Hotel Meurice. A pesar de haber buscado el destino final de este objeto, no he logrado encontrar su ubicación actual; si la conoces, te agradecería que la compartieras en comentarios.