Relatos eróticos

Comando – Crónicas Moan (by Eme)

Probablemente, ya sepas que «Going commando» es la expresión anglosajona que indica que se va sin ropa interior y, de ahí, el «Ir comando» o «Ir en plan comando», en español. Pues bien, ya sabes de qué va este relato, aunque no sabes cómo termina. Disfruta.

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Relatos eróticos

Comando

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Narración: Karen Moan

Llega el momento de desperezarme cual osa gozosa, ignorar la palidez de mis piernas invernales, elegir el vestidito ligero que inaugura la temporada y, tras colorear poco mis mejillas, más por acto mecánico que porque lo necesiten, cumplir el ritual de la primera salida primaveral: bajarme las bragas ante mi mirada divertida en el espejo y tirarlas al cesto de la ropa.

Caminar por las calles de Madrid a saltitos, oteando las rejillas del metro para evitarlas (o no) es mi deporte estival favorito.

No recuerdo cuándo empezó ni sé si algún día daré por finiquitada esta bendita costumbre de airear mi coño recién rasurado al mundo como amoroso saludo a la vuelta del calor y de los otros seres que me acompañan. Porque sí, hiberno del sexo en invierno y renazco cual adolescente al calorcito, tal cual. Aunque no me pasa solo a mí. Nuestro grupo de Whatsapp se llena de What the fucks ante la aparición fantasmal de aquellos polvos lejanos, quizá de hace exactamente 12 meses. Qué bonita es la vida y sus costumbres. Qué bonito es comprobar cuánto nos parecemos unos cuantos. De ahí, esos saltitos alegres en busca de la rejilla del metro y de aquel otro recién nacido que tenga la suerte de cruzarme hoy.

No tarda mucho en aparecer, en realidad, en este modo buscón mi radar amplía la señal por mil y también hay otros mil en el Retiro cuya antena vibra receptora. Un hombre que finge leer apoyado en un árbol cualquiera, encima de una tela demasiado grande para él solo, quien me mira como si me conociese. Sea un truco o no (yo lo utilizo a menudo) se lo pongo fácil, sonriéndole ampliamente.

–Perdona –dice–,  te he confundido con una amiga (misma excusa).

–Me pasa a menudo, debo tener una cara común (misma respuesta).

–No me lo parece, es demasiado bonita para ese adjetivo (esta no es siempre así, pero vale).

Me río y le agradezco el cumplido efusivamente y también, interesadísima, le pregunto por su libro.

–Siéntate, por favor.

Y aquí llega el momento, el crucial momento. ¿Lo hago? Es decir, cuando me siente… ¿le dejo ver lo que no llevo puesto?

En esos segundos mi mirada recorre todo, la suya, la disposición de su brazo invitándome a acompañarle, si la camiseta está sudada o no, incluso me atrevo a intentar adivinar si se ha endurecido ante la facilidad de la faena… En realidad,  esos segundos solamente decidirán cuánto tiempo durará nuestra conversación en El Retiro. Porque la certeza de que aquel recién nacido va a saludar como se merece a mi tierno coño hoy es absoluta.