Nuestra protagonista desea ser usada y pide a voluntarios anónimos que le «hagan cosas»… Y todos aceptan.
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Quiero ser usada
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Narración: Karen Moan
Quiero ser usada.
Era la noche de los deseos. Ese día en el que, cual Reina maga pero de otro reino, recibía cartas con un solo destino, pero con muchas maneras de llegar al mismo.
Era la noche más difícil y más bonita del año. Una vez, tiempo atrás, me atreví a pensar que podía hacerlo, pero ahora sabia que seguro podía. Porque al exponer en aquellas cartulinas esas ganas anónimas de que pasaran cosas y pedir voluntarios, recibí un 100% casi de sí a todo, así que era una cuestión de organización. Tal cual.
Y ese deseo que quizá en otros, muchos, sitios tuviera cierto nivel de osadía, aquí no. Porque nadie, nadie, entendería mal lo que significaba «ser usada».
Significaba entregarse a un grupo de personas de tal relevancia en la comprensión de aquel mensaje que no había nada que temer, al contrario, ella sabía que, en su deseo, era deseante y deseada. Sabía que cada persona que la usara lo haría desde la propia complacencia, oh, ironía.
Pero era inevitable, nos queríamos demasiado como para despojar ese cariño del cuerpo. Éramos cuerpos queriente, sintientes y locos de gozo por habernos encontrado.
Así que, aquella mujer menuda y vulnerable se desnudó, se dejó atar y se dejó hacer. Y una, dos, tres, x personas acudieron a su dormitorio a hacerla. A usar su gozo para ella misma. Le pregunté al final qué había pasado y me dijo: no lo sé.
Según me tumbé, nerviosa, pasaron apenas unos segundos cuando sentí varias manos, que me atraían hacia tampoco sé cuantos cuerpos que se restregaban contra mí. Cuerpos que al principio quería distinguir, jolín si os conozco a todos, pero se mezclaban olores y la ceguera es confusa, la ceguera que no te da tiempo a pensar porque igualmente apretarías los ojos cuando sintieses una boca que te besa y que se quita y hay otra… lo sabes porque no besa igual y, a la vez, hay un montón. ¿Cuántos? Ni idea… de dedos que acarician, aprietan tus tetas y bajan a los muslos o no, espera, otras siguen ahí…
No sé que pasó porque eran muchas, muchas las cosas que pasaban. No podía distinguir quién me tocaba ni siquiera si era un quién o un qué y mi placer también estaba confundido porque era mucho, mucho…
No sé quien pasó por allí, no sé quien me mordió, me chupó, eran una, dos, tres lenguas, supongo que sí por el nivel de humedad, pero también podrían haber sido ¡bayetas de cocina! No sé quien introdujo no sé que cosas en mi coño, eran dedos, pollas, juguetes… No sé cuanto tiempo pasó, no sé cuantas veces grité, gemí, me revolví, sin saber si realmente quería aquello o no.
No sé nada, la verdad. Me decía (un par de horas más tarde) ya refugiada en un pijama que apestaba a sexo.
–Entonces, ¿te ha gustado tu deseo? –pregunté preocupada por su relato.
Me miró seria, perdió la mirada, suspiró, tuvo un escalofrío. Pues sí, joder, joder, demasiado.