A veces, las reuniones para explicar las campañas de empresa pueden ser de los más excitante.
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Narración: Karen Moan
17 minutos (V)
Nos gustaba la oficina por encima de cualquier espacio de juego posible. Quizá porque todo había empezado ahí, porque allí pasábamos más tiempo o porque era donde nos la jugábamos todo.
Habíamos visitado un par de mazmorras de Madrid; los accesorios, el mobiliario, la iluminación estaban muy bien para imaginar que éramos otras personas en otro momento de la Historia. El hecho de haber empezado la nuestra propia con un sobre de oficina y unas bragas en él, nos había encasillado en un perfecto presente para nosotros. Y aunque podíamos viajar al pasado subida yo en un potro con él enfundado en cuero tras de mí, chasqueando una fusta a mi lado, mmmm, lo cierto es que cualquier email o mensaje en horario de oficina provocaba en mí mucho más.
Nos habíamos visto en el baño, en su despacho, en la cafetería, en algún hall menos transitado. En cada una de esas ocasiones, él me pedía algo, tonto, sutil, pero para mí, brutal.
Desde escribirle un email de trabajo con mensajes subliminales que tuviera que pasar por su secretaria, pintarme los labios con un provocativo color rojo y dejar una marca en un informe en tal hoja, a riesgo también de que la pobre mujer que trabajaba para él lo encontrara o llevar los dos famosos sobres de azúcar encima por si acaso.
Ese día, recibí una convocatoria suya para reunirnos en la planta 19. Esa planta era la presidencial, allí solo se juntaban los directivos para las reuniones más importantes y siempre con gente externa a la empresa.
Mi corazón se aceleró del nivel de riesgo al que estábamos llegando, pero no me amilané, no podía, mi coño seguía decidiendo por mí y es mucho más valiente.
Cuando llegué al noble despacho, él ya estaba allí. Nada mas llegar me pidió que le explicara el desarrollo de nuestra última campaña en una amplia pizarra. Entendí que la sala podía estar monitorizada, lógico.
Empecé a dibujar conceptos borrosos sobre aquel tablón, mientras él se acercaba de forma progresiva, provocando que mi discurso fuese cada vez más inconexo. Hasta que se colocó tan cerca que yo ardía, la mano me temblaba sobre el tablero y, seguro, mis palabras carecían de sentido. Entonces sentí su mano en mi muslo trasero, subiendo rápido hacia una meta conocida, ese horizonte sin bragas dispuesto para él.
Habitualmente lento en sus movimientos, esta vez no podía, la puerta podía abrirse en cualquier momento. Así que, en breves segundos su dedo jugaba con mi culo de forma inesperada. E igualmente lo fue nosequé objeto que la acompañaba, y que, sin preguntar, introdujo increíblemente fácil en él. ¿Era un plug? Sin saber que era aquella presencia, se quedó ahí mientras él se apartaba rápidamente. Respiré hondo acomodándola, sintiéndola. Y consciente de aquel repentino placer, detuve mi discurso durante unos segundos.
–Continúa, Ana, por favor, lo estás haciendo muy bien.
Maldito Iván, cada palabra, cada gesto, cada orden. A los pocos minutos me comunicó que la reunión se acababa y que esperaba un informe a última hora del día sobre mis conclusiones. Se fue, dejándome un momento sola para recomponerme, decidir si quería o no mantener su presencia en mi culo, todo el día.
¿Os imagináis que paso?
Ya puedes leer la sexta parte aquí: 17 minutos (VI) – Crónicas Moan (by Eme)