No es de extrañar que la figura de Calígula despertara el interés de Albert Camus allá por 1944. La unificación en un solo personaje del poder absoluto con la más absoluta demencia y el despotismo hace de la figura histórica del emperador Calígula un territorio de extraordinaria riqueza y actualidad para el análisis. En 1979, treinta y cinco años más tarde de que Camus publicara su extraordinaria obra teatral, otro autor, Tinto Brass, acomete el reto esta vez cinematográfico de enfrentarse al emperador y su nihilista, atormentada y sádica circunstancia.
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Tinto Brass, mucho más que un director de películas eróticas
Los aficionados al cine posiblemente solo sitúen a Tinto Brass como un realizador de películas eróticas «atrevidas» (o muy atrevidas), de notable éxito comercial pero escaso en el aprecio de la crítica. Sin embargo, este director, nacido en Milán en 1933, era, al menos hasta 1976, año en el que dirigió su primera película erótica, Salón Kitty, un director que había sabido ganarse el respeto, la admiración y el aplauso de la opinión más exigente por sus propuestas vanguardistas y enormemente personales. Así, por ejemplo, había obtenido un galardón en el Festival de Venecia en 1971 con su película, La vacanza, se le había propuesto ese mismo año dirigir La naranja mecánica (que finalmente dirigiría Kubrick) y parecía contar con el apoyo y los presupuestos suficientes como para afrontar cualquier propósito por ambicioso que fuera y más allá de las fronteras transalpinas. Es en este encuadre donde Giovanni Brass, apodado Tinto (apócope de Tintoretto) por su abuelo, asume la ingente tarea de llevar a la gran pantalla la vida del emperador de la dinastía de los Julio-Claudia. Su punto de partida es realizar una crítica despiadada sobre el poder absoluto cuando, en una concepción nihilista de su despliegue, este no encuentra ningún obstáculo moral, ético o legal que lo constriña. Esto supone que las sórdidas manifestaciones de la sexualidad del emperador no son el punto de partida sino simples manifestaciones sintomáticas de una mente torturada y desquiciada, que no tiene freno para hacer lo que se le antoje. Calígula, por tanto y en principio, no estaba destinada a ser una película exclusivamente erótica, sino una radiografía descarnada de un límite de la condición humana. Las relaciones incestuosas con sus hermanas, especialmente con Drusila, a la que amaba apasionadamente y cuya muerte le lleva a la pérdida de cualquier fundamento y al reconocimiento de la fragilidad de la existencia, además de actuar como acicate de una «filosofía» en la que nada importa ni nada merece respeto; la prostitución incitada de sus hijas; las orgías; la zoofilia… Todo ello no iba a ser el núcleo central del proyecto, sino desgarradoras y más o menos explícitas muestras de la degradación humana llevada al paroxismo. Con estos mimbres, nada parece poder detener a Brass, que empieza a jugar la partida a lo grande.
Tráiler
El poder desarticulará el discurso contra el poder
Malcolm McDowell es el elegido para el papel del emperador. Peter O’Toole, que sigue aun recogiendo los éxitos y el respeto por Lawrence de Arabia, será Tiberio, su predecesor en el cargo y hermano de su abuelo. La maravillosa Helen Mirren será Cesonia, su última esposa, y así hasta completar un elenco astral de una producción de más de veintidós millones de dólares de presupuesto del año 79. Y aquí, en esto último es donde empezará el fin de la historia del proyecto Calígula. Cuando todo está a punto, a algunos inversores y productores les empiezan a flaquear las piernas, pero Tinto, lejos de amilanarse, recurre al fundador de la revista Penthouse, quien deviene el máximo productor del proyecto. Y es ahí donde el poder desarticula el discurso contra el poder. La intromisión y la injerencia de esta figura de poder en todos los entresijos del proyecto hacen que, al finalizar la película, ni el propio Tinto Brass quiera firmarla como director. Y eso que aún no sabía que, en paralelo al rodaje de la película, el productor estaba rodando escenas con actores del porno en forma de dobles (de genitales mayormente, como se comprenderá) de manera que el avispado productor del «todo por la pasta y a tomar por culo lo demás» las pudiera insertar cuándo y dónde le pareciera más oportuno; el sicalíptico elefante dentro de la cacharrería. El resultado final fueron dos versiones, la de Tinto (bueno, la de Tinto, más o menos) estrenada en 1979 y la versión extendida (en pura mamarrachada pornográfica) de 1984.
Una película valiente
Si nos centramos en la versión comercial, la más cercana al proyecto original, podemos decir que, aunque el propósito fuera quizá mucho pan para la mandíbula de Tinto, la película es digna, realizada con estilo, valiente en la plasmación de la sexualidad del tirano y todo ello le ha valido resultar, con el tiempo, una obra admirada en ciertos círculos y que siga desprendiendo una vocación de crítica y de análisis político digna de ser contemplada. Una película, en definitiva, que nos obliga a hacer un ejercicio de arqueología similar al que en un inhóspito descampado o en un atiborrado vertedero se busca encontrar y disfrutar de las deslumbrantes ruinas de un palacio romano (el de Calígula, por ejemplo). Si Camus hubiera podido escribir un día sobre la influencia del poder, la pasta y el beneficio de los que controlan el negocio de la industria cultural, entonces sí que quizá comprenderíamos mejor hoy ese cuasi imposible equilibrio entre el talento y el dinero que lo financia… Aunque también es verdad que quizá, si lo hubiera escrito hoy en día, nunca se lo hubieran publicado.