Películas eróticas

Tasso (des)monta la película: Her o ¿qué diablos es eso del amor?

Me levanto por la mañana, me acerco a la cocina y mi pareja me ofrece un café. Sabe que a esa hora me gusta y sabe cómo me gusta prepararlo. No hay duda: me quiere, eso es amor.

Me levanto por la mañana, enciendo el ordenador y Google me ofrece la posibilidad de adquirir unas bragas rojas de blonda. Sabe que me gusta la lencería fina y sabe cómo me gusta esa lencería. Aquí puede haber dudas; ¿me quiere?, ¿es eso amor?

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Her o ¿qué diablos es eso del amor?

Ambos, mi pareja y mi navegador, buscan satisfacerme y tras ese «satisfacerme» se esconde algo; quieren «fidelizarme», quieren que permanezca junto a ellos. Mi pareja quiere seguir siendo mi pareja y que no lo sustituya por otra y mi navegador quiere que siga con él, que no me pase a otro. ¿Son ambas intenciones de «fidelización» una muestra de amor? No hay duda: estoy enamorada de mi pareja, pero ¿puedo enamorarme de una copia, de una simulación, de una máquina no originalmente humana? No hay que ser muy erudita para saber que la literatura y el cine se han ocupado hasta la saciedad del tema, y más en estos tiempos en los que la llamada Inteligencia Artificial amenaza con disolver las barreras entre lo humano y lo no humano. Detrás de ese planteamiento que ya hiciera literariamente E.T.A. Hoffmann a principios del XIX en «El hombre de arena» o que planteara tragicómicamente en el cine Berlanga a mediados de los setenta en «Tamaño natural», se esconde siempre la misma inquietante pregunta: «¿Qué diablos es eso del amor?».

Sinopsis

En Her, la película de 2013 dirigida y guionizada por Spike Jonze, Theodore Twombly (un nuevamente soberbio Joaquín Phoenix) es un personaje con un hueco existencial que no consigue rellenar. Es un tipo ingenioso, creativo, amable y bueno pero aun así no consigue consolidar sus vínculos sentimentales, lo que le ha llevado a una dolorosa ruptura con su pareja de toda la vida. Cuando Theodore, que restringe su sexualidad al sexo virtual,  adquiere un nuevo sistema operativo, Samantha (la seductora y preciosa voz de Scarlett Johansson), empieza a experimentar por ella un sentimiento de amor que le vigoriza en la misma medida que le desconcierta. Spike Jonze evita la falta de reciprocidad entre un botijo (o un sistema operativo) y un humano, colocando la acción en un futuro ambiguo y muy próximo en el que un sistema operativo, Samantha, sí parece ser capaz de generar conciencia y, con ello, evita la evidencia de que uno no se enamora nunca de una llave inglesa. Pero haciendo eso no evita que se desarticule la gran cuestión que pretende y plantea la propuesta: ¿Nos podemos enamorar de algo no humano como lo haríamos de un humano? Y la cuestión se desarticula porque Samantha llega a unos niveles de empatía, compasión y conciencia que lo que vemos no es que Theodore flirtee y caiga rendido ante un algoritmo cibernético, sino que cae como podría hacerlo con una vecina brillante y simpática con la que habla por teléfono. Y esto último no es que sea posible y no plantee ninguna problemática, sino que nos pasa a todos cuando vemos en el otro no lo que hay sino lo que queremos que haya. Pues esa proyección, esa «cristalización» que llamaría Sthendal, es el principio del enamoramiento. Así, nos podemos enamorar de un tipo del que no sabemos nada más que la mentira que nos cuenta Tinder; nos podemos enamorar de un locutor de radio al que nunca le hemos visto la cara; y nos enamoramos de alguien al que, viéndolo, tocándolo, oliéndolo y conviviendo con él un lustro, seguimos sin saber nada más de él que nuestra inclinación a que sea lo que yo quiero que sea.

Tráiler

Una película erótica sumergida en un paisaje de melancolía

El hecho de que las verdaderas preguntas de fondo que podrían abrirse en Her no se aborden con el debido encomio o no se enfilen como se aborda un abismo ni intenten enfrentarse por tanto con inteligencia y agudeza y se resuelvan con una cierta negligencia (ella acaba en el limbo tras adquirir una ambigua «supra conciencia» del amor universal que deja en bragas a la estrecha, palurda y limitada comprensión humana del bueno de Theodore) no hace que Her no sea una película recomendable. En absoluto. Es una película deliciosa, sumergida en un paisaje de melancolía por el vacío de nuestras existencias, por lo endiabladamente difícil de establecer un vínculo con el otro. Es inteligente y gratificante en sus diálogos, que muestran un tiempo, el nuestro, en la que la virtualidad que no mancha, que no salpica ni compromete y es desenchufable amenaza con cercenar las relaciones humanas. Dos horas de narración pura y duramente romántica que saciará las apetencias del más exigente de los espectadores. Y es una película erótica, profundamente erótica, no solo porque Theodore y Samantha intenten, pese a la falta de «carnalidad» de ella, establecer ingeniosas interacciones sexuales, sino porque el erotismo es aquella ontológica e irrenunciable condición de humanidad que establece la necesidad que todos tenemos de estar en relación con los demás. Y eso, quizá, no lo sepa ni Google ni su santa y algorítmica madre…

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