A Medem le gustan las mujeres. Entiéndaseme bien; no hablo de su orientación erótica sino de su «problema». Etimológicamente, un problema es aquello que, por haber sido arrojado delante de uno, le impide el paso captando por completo su atención. Pues bien, «el problema» de Julio Medem parecen ser las mujeres. Se atranca con ellas, no las acaba de entender; le han proporcionado la mayor de sus glorias pero también sus más estruendosos fracasos. Les da vueltas y vueltas y, en ocasiones, lo clava y otras, derrapa. Son su obsesión y, si hemos seguido su trayectoria, parece que podríamos aplicar aquellos hermosísimos versos de Baudelaire dedicados a los Lamentos de un Ícaro: «Et brûlé par l’amour du beau/ Je n’aurai pas l’honneur sublime/ De donner mon nom à l’abîme/ Qui me servira de tombeau» (E incendiado por el amor de lo bello/no tendré el honor sublime/de darle mi nombre al abismo/que me servirá de tumba”… en traducción libre).
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Room in Rome
Problema y creación son una dupla, siempre van hermanados. Sin lo uno, no se requiere lo otro, pues la creación podría no ser más que el intento de completar «lo que falta», lo que nunca se acabará de entender del problema, lo que siempre se acaba escapando, pese a que en esa hemorragia que siempre acompaña el problema, se puedan realizar creaciones magistrales o auténticas sandeces. Freud también tenía en las mujeres su mayor problema y eso compartía con este médico con vocación de psiquiatra que construye películas y que es Julio Medem. No recuerdo a qué erudito español corresponde una acertada reflexión sobre el problema: «Cuando no sé de algo escribo un libro». En su aparente contradicción subyace una gran verdad: para saber de algo hay que comprometerse, implicarse, dedicarle redaños y tiempo… Escribir un libro. Pero también se entiende en la cita un riesgo; el no saber de qué carajos se está escribiendo. Medem, visto con perspectiva, oscila entre ambas resultantes.
Sinopsis
Desgraciadamente, Room in Rome (Habitación en Roma, en español), 2010, su antepenúltimo intento de recuperarse como cineasta de culto y éxito, se acerca más a lo segundo; al «qué diablos estoy haciendo aquí», al «en qué lío me he metido». La historia, que según cuentan algunos especialistas de cine, tiene su lejano origen en una película chilena de nombre La cama, no puede ser más clara de partida; dos personas con trayectorias biográficas y existenciales distintas se encierran en una habitación de hotel y se aman hasta anular el mundo exterior y su propia historia, que son solo un trágico tope que llama al orden, una cruel sobredosis de realidad. Pero el problema de Medem son las mujeres, por lo que las dos personas que se encuentran no son solo dos personas, sino dos mujeres. Una ya comprometida con un varón y a punto de boda (Natasha) y la otra con una biografía entre lo sorprendente y lo involuntariamente ridículo (Alba). A partir de ahí, a partir de ese problema sobre el problema, podría construirse un retrato sobrecogedor sobre dos mujeres que se intentan inútilmente amarrar al instante, que ficcionan, como hacen todos los enamorados, sus vidas; que se aman carnal y desgarradamente para convertir en eternidad ese momento faústico del «¡Detente, instante, eres tan bello!». Pero eso no emerge de la propuesta de Medem, sino que se muestra más lo que le falta que lo que sabe.
Tráiler
Las escenas de sexo y las actrices
Las escenas de sexo son meramente esforzadas coreografías; los diálogos, mucho más un bollito de crema que una dentellada en el alma; y las fuerzas gravitacionales que acercan como el paso de un cometa a estas dos mujeres, sabiendo que sus trayectorias acabaran alejándose para siempre, son más una vuelta sobre caballitos en un tío vivo. Y es una lástima porque Medem tiene talento y las actrices son un auténtico cañón. Personalmente he tenido la oportunidad de tratar brevemente (aunque sin «porno soft») a Elena Anaya y a Natasha Yarovenko. Con Elena, he coincido un par de veces en algún plató de televisión y Natasha tuvo un pequeño papel secundario en la adaptación cinematográfica de mi obra Diario de una ninfómana. Y lo que puedo decir de ambas es que son mujeres con un magnetismo absolutamente excepcional, carismáticas y endiabladamente bellas a la vez que modestas, pese a su poderío. Natasha se ha probado menos en la actuación, pero siempre ha resuelto con solvencia los retos. Y Elena Anaya es a mi juicio una de las mejores actrices con la que contamos (basta ver, como un ejemplo entre miles, su interpretación que ya comentamos aquí en Lucía y el sexo, del propio Medem). Pese a eso, el resultado de Room in Rome lo expresa bien el cartel de la película; no son dos mujeres sumergidas en el océano de la existencia intentando aferrarse una a la otra, sino dos mujeres chapoteando en el recinto cerrado de una bañera con dos dedos de agua. Así que, el problema no está en ellas ni en la premisa, está en otro sitio.
Conclusión: Medem y las mujeres
Alguien podría pensar, es muy propio de nuestros tiempos en lo que parece que solo yo puedo hablar en nombre de mi «yo» y solo mi oprimido colectivo puede hacerlo en nombre de él, que un hombre (presumiblemente heterosexual) es incapaz de contar una relación de amor lésbica y, además, no tiene derecho a hacerlo. Pero eso, además de una sandez, es mentira. Si nos mantenemos en lo que ya ha devenido un género (las relaciones entre lesbianas llevadas al cine), muy pocos como Abdellatif Kechiche (hombre y franco-tunecino) han sabido contar el vínculo que establecen dos chicas en su propuesta, La vida de Adèle, mientras que mujeres directoras han hecho auténticos bodrios sin trascendencia alguna sobre el mismo tema. Naturalmente que un hombre puede hablar en nombre de una mujer, del mismo modo que otras (incluidas, por ejemplo, las fanáticas que sostienen que ni una transexual puede hacerlo en nombre de una mujer) se pasan el día haciéndolo y aleccionando sobre lo que es «un hombre». No. El problema de Room en Rome tampoco está ahí. Está posiblemente en que las mujeres son en ocasiones un problema demasiado grande para Medem; en que aquí no ha sabido qué hacer con estos mimbres; en que esos mimbres se destinaron más en intentar servir de zanahoria al gran público… O, quizá, esté en que en esa bañera faltan cinco mil millones de metros cúbicos de agua.
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