Repleta y Vacía son los últimos relatos cortos de Brenda sobre fisting o sobre la excitación que despierta el fistfucking como fantasía.
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Relatos ero: Fisting
Repleta – Relato erótico corto (1)
En el tórrido agosto de 1974, descubrió el deseo. Acababa de cumplir dieciocho años, pero para su familia seguía siendo una niña. De nada sirvieron sus súplicas. «No te quedas sola en la ciudad. Veraneamos en la casa de los abuelos y sanseacabó».
«Sanseacabó»… Acabada, así se sentía, aburriéndose mortalmente en aquel pueblucho en el que, según ella, solo había trigo, vacas y paletos. «Date un baño en la poza». La poza… cañizos, piedras y ranas. Su abuela no entendería jamás la vejatoria comparación con la piscina del polideportivo. De todos modos, cualquier plan era mejor que escuchar sus charlas interminables sobre cosas que no le importaban, así que se puso el bañador, metió a escondidas una cerveza en la mochila y se encaminó al bosque.
Solo quebraba el silencio el canto de las chicharras, el leve susurro de las hojas de los árboles sacudidas por el viento y… gemidos. Se acercó con cautela y, de repente, los vio. Una mujer desnuda se retorcía de placer tumbada sobre la orilla. Sus caderas se contoneaban al compás de la mano que se hundía en su interior. Su garganta exigía. «Dame más. Dame más. MÁS». MÁS. Y el hombre obedecía, ahondando, acariciando, follándose con el puño el sexo de vello pelirrojo que brillaba perlado bajo el sol.
El suyo también se humedeció. Quería que la mano se perdiera dentro de sus pantalones cortos, que la penetrara, que escarbara en las suaves paredes, que la llenara totalmente.
La mujer la descubrió y su grito rompió el hechizo. Huyó como alma que lleva el diablo y no paró de correr hasta que se derrumbó en la cama de su habitación con el corazón latiendo en su pecho y en el centro de sus labios.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero cada vez que aquel recuerdo regresa a su memoria, no puede evitar acariciarse deseando haber sido ella.
Vacía – Relato erótico corto (2)
—Qué haces.
—Estoy ovillada en la cama.
— ¿Todavía?
—Tengo frío.
—Entiendo.
— ¿Se te ocurre algo para solucionarlo?
—Desnúdate.
— ¿Y ahora?
—Acaríciate el pecho.
—Acaríciamelo tú.
—Te abrazo por detrás. Te muerdo el cuello mientras te acaricio. Se te eriza la piel. Pellizco tu pezón. Te pegas contra mí. Bajo lentamente la otra mano. Me demoro en tu ombligo. Me suplicas que siga.
—Sigue.
—Mis dedos juegan con tus labios. Acaricio tu clítoris en círculos. Ardes. Estás húmeda. Llevo mi mano a tu boca. Chupas.
—Sabes a mí.
—Desciendo de nuevo. Meto un dedo.
—Quiero tocarme.
—Hazlo.
—…
—Acaricio tu interior. Muerdo tus hombros. Te estremeces. Meto el otro dedo. Aprieto las paredes. Ceden elásticas. Introduzco el tercero. Te retuerces. Tiemblas. Te tumbas de espaldas sobre mí. Tu culo busca mi polla. Está dura. Pero no quiero follarte. Quiero que te corras en mi mano. Dime que quieres correrte en mi mano.
—…
—Dímelo.
—Quiero correrme en tu mano.
—Separas las piernas. Tu coño chorrea. Meto el otro dedo. Se desliza hasta el fondo. Te follo con los cuatro. Los tenso, los curvo, los separo. Me pides que meta el otro, que te folle con la mano. Obedezco. Lo meto poc…
El móvil se apaga. Dejo de masturbarme y busco el cargador como una posesa. No lo encuentro. Piensa, PIENSA. En la cocina. Me levanto de un salto, corro por la habitación, me detengo en el pasillo. Qué más da. Hoy tampoco estás aquí. Ni mi puño llenaría ese vacío.