¿Te atraen los flirteos con desconocidos? Esta historia tiene eso y mucho más.
Sigue leyendo…
El desconocido del autobús – Relato erótico gay
Cuando acepté el trabajo en la otra punta de Madrid, pensé que sería cómodo ir con la moto, pues las combinaciones de metro eran imposibles. No entraba en mis planes que se me estropease en la primera semana y que tuviese que coger el autobús.
Esta mañana, he esperado en la parada junto a otros tantos pobres que tenemos que madrugar mientras el resto duerme. Odio las esperas y la aglomeración de gente que supone el transporte público.
El autobús llega con retraso, otro punto negativo más a la lista de cosas molestas que añadir al día, y apenas había empezado. Para seguir, está tan lleno que apenas cabemos de pie. Pronto me veo pegado a una de las ventanas, intentando mantener el equilibrio, agarrado a la barra que casi se me clava en el pecho. No llegaré a la oficina con la camisa sin arrugar.
Fuera, en la calle, hacía frío. En el bus, el abrigo empieza a sobrarme.
—Disculpa —dice el chico que se pega a mi espalda cuando el autobús trastabilla, al pasar por un bache en la carretera.
—No te preocupes —le respondo, mirándolo por encima del hombro.
Lleva la gabardina abierta y trata en vano de abrirse un poco la bufanda para poder respirar, aunque el calor ya ha coloreado sus mejillas. Le sonrío y él me devuelve la sonrisa, achinando sus bonitos ojos azules. Después, vuelvo a dirigir mi mirada a la calle.
Espero no llegar tarde, no controlo los horarios.
El autobús vuelve a temblar y el desconocido se pega un poco más a mí. Puedo sentir su cuerpo en mi espalda y cómo su abdomen se hincha levemente con cada respiración. Sus manos se mueven detrás, mientras intenta hacer un hueco en su gabardina. Supongo que para alcanzar el móvil, pero en lugar de ello noto que la deja a la altura de mi cadera, rozando levemente mi culo cuando mi cuerpo se mueve con el vaivén del bus.
La temperatura dentro parece haber subido un par de grados de repente.
Miro por encima del hombro y nuestras miradas vuelven a cruzarse en silencio. Con disimulo, cojo la cartera del bolsillo delantero y la guardo en el trasero, rozando mi mano con la suya, con su cuerpo. Y después, la dejo ahí colgada del bolsillo posterior, agarrada solo por el pulgar.
Él pega su cuerpo al mío y siento cómo se recoloca levemente hasta que su entrepierna coincide con la oquedad de mi mano. Con la vista puesta en la carretera, la muevo y palpo su cremallera, el calor que emana su piel bajo la ropa. Su gabardina nos cubre cuando aprieto su paquete con suavidad, sintiendo el perfil de una incipiente erección y la suavidad de sus testículos.
Su mano izquierda, que tiene pegada a la pared y que nadie puede ver en el atestado autobús, ahora se desliza por mi culo y mi cintura hasta llegar al borde de mis caderas. Con un leve movimiento, me atrae ligeramente hacia él y yo obedezco. Retiro mi mano y dejo que pegue mi culo a su cuerpo. Su erección palpita contra mi cuerpo, pero él no se detiene y aventura su mano entre mis piernas y acaricia por encima del pantalón.
Alguien tose en la distancia, totalmente ajeno a nuestros juegos, a nuestros roces furtivos. Me muero de ganas de girarme, de atraerlo hacia mí y tenerlo entre mis piernas, con sus labios entre los míos. Aquí mismo, delante de todos, sin que nadie se dé cuenta.
Intentando que no se me note en absoluto las ganas de sexo, muevo mi culo pegado a su cuerpo y casi puedo escucharle contener un gemido.
El autobús se detiene en la siguiente parada y el contacto con su cuerpo desaparece. Me giro con disimulo y nuestras miradas se cruzan una vez más; él más colorado que antes, con la misma sonrisa y sus ojos azules que me lanzan un guiño de despedida.
Ya no echo en falta la moto. El transporte público no está tan mal, después de todo.