Siempre que se evoca a Eros, pensamos en El Banquete de Platón. Pero nos olvidamos, muchas veces, que no hacía falta esperar al filósofo griego para cantarle al amor y al erotismo. Ya lo hacían los poemas de Safo (así la conocemos, pero también se dice que se podía haber llamado Psapfo, Sapfo, Saffo, Sapho o Zafiro), desde el final del siglo VII a.C., unas tres centurias antes que el creador del mito del andrógino, entre otros.
Safo
Lo que sabemos (o pensamos saber) de Safo
Poco sabemos realmente sobre esta poetisa griega, ya que pertenece a la Grecia Arcaica. Que fuera un personaje conceptual y no histórico, lo dudo, pero también algunos estudiosos se han planteado esta posibilidad.
La única información certera proviene de sus versos. Ni siquiera sabemos exactamente cuándo nació y cuándo murió (se la sitúa entre los siglos VII y VI a.C). De origen aristocrático, forzaron su exilio a Sicilia alrededor del año 593 a.C., a raíz de las luchas aristocráticas en las que probablemente se encontraba comprometida su familia (que, dicho de paso, se había arruinado). Regresó después del exilio a Mitilene, su ciudad natal en la isla de Lesbos, donde se puso a dirigir una fraternidad de jovencitas nobles bajo el “patrocinio” y la invocación de Afrodita (la diosa del amor) y de sus musas. Allí, las alumnas recibían enseñanzas –entre otras– de música, poesía, canto y danza, y presumiblemente también cierta preparación iniciática relacionada con cultos erótico-místicos de la diosa Afrodita y otras divinidades asociadas.
El amor sáfico
Se ha especulado mucho sobre la sexualidad de Safo y se ha dicho (y se sigue sosteniendo) que mantenía relaciones pasionales con sus alumnas. La razón: su obra, de la que sólo se conservan 650 versos, muestra su inclinación hacia algunas de sus alumnas, lo que fue un escándalo ya en la Antigüedad. A partir de sus poemas, se suele deducir que Safo se enamoraba de sus discípulas y mantenía relaciones con muchas de ellas. Todo esto la ha convertido en un símbolo del amor entre mujeres. Y es más, estas afirmaciones parecen corroboradas en el fragmento 2D en el que Safo establece una conversación con la diosa que más se identifica y tiene relación, Afrodita: Safo le pide que le ayude con una joven a quien ama, pero que no le ha querido prestar atención.
Su obra
En su obra, el amor es una verdadera inspiración cuyos tormentos son tanto del alma como del cuerpo: siempre presente, el cuerpo para Safo es como una segunda lira que vibra al son del corazón. Eros, para ella, es “un rompedor de miembros”, ese escalofrío de una fuerza insospechada. La fuerza de la imagen, junto a una excepcional dulzura, caracteriza la escritura de Safo. Se dibuja en filigranas un mundo femenino de confidencias y de pasiones, muchas veces fugaces.
El desprestigio de Safo
Safo (su figura y su obra) tuvo muchos detractores: ni que decir tiene que fue sobre todo el sarcasmo de los comediógrafos griegos -todos varones- el que más se cebó en criticar y ridiculizar la figura de esta mujer, seguramente no sólo por la natural morbosidad e ironía que siempre ha producido en los varones el llamado «amor lésbico» (a causa de Safo y de su isla de Lesbos, precisamente), sino quizá debido también a no poca e indisimulada «envidia masculina» hacia una poetisa de excepcional talento y original calidad literaria. Los versos fueron utilizados por los cómicos del Ática para boicotear el movimiento de emancipación de las mujeres atenienses. Los hallazgos de algunos motivos con su imagen, pintados sobre unos jarrones del siglo V a.C son, sin embargo, el testimonio de que fue muy popular. Platón la nombraría la décima musa, Cátulo y Horacio imitarían sus versos. Hasta inspiró al poeta italiano Leopardi (siglo XIX).
Volviendo a los supuestos gustos sexuales de Safo, es importante recalcar que la homosexualidad en la Grecia Antigua no estaba, ni mucho menos, mal vista… Eso sí, entre hombres. Es más, la cultura griega es la que ha concedido la parte más importante a la homosexualidad masculina, entendida como una práctica con vocación pedagógica e iniciática. Esta cultura exaltaba el vínculo privilegiado entre el “erastés” (el amante, el iniciador) y el joven amado (el “erómeno”). La homosexualidad era un comportamiento perfectamente admitido, juzgado como gratificante en los medios refinados. Estas relaciones se establecían en una sociedad que mantenía una atmósfera de masculinidad fuertemente erotizada, sostenida por una rica poesía a la gloria de los bellos jóvenes. Entender ese contexto es importante para comprender el afán en desprestigiar a una mujer de la que se dice que le atraen las jovencitas que inicia en la poesía.
El final de Safo
Sobre la muerte de Safo corría el rumor de que se había suicidado al no ser correspondida por un hombre al que quería, un tal Faón, del que también se enamoró Afrodita. Otras fuentes dicen que murió de vieja y que tuvo un hijo. Pero el descrédito al que se vio sometida su figura también nos hace dudar de la veracidad de estos datos.
Fuera Safo homosexual, heterosexual o bisexual, lo importante es que dejó unos textos sublimes y preciosos de canto al amor más puro. De hecho, El Renacimiento francés rendirá homenaje, más adelante, a Safo bajo la pluma de Louise Labé (poetisa del siglo XVI, apodada “La Safo de Lyon”). Inspirará también una parte de la literatura erótica de la Belle Époque; Pierre Louÿs evoca a Lesbos en Las canciones de Bilitis (1895).
Y quizá, sí, quizá, el misterio de quién fue exactamente esta poetisa es lo que la hace tan atractiva.
Recibe más artículos como este en tu email (es GRATIS)