Relatos eróticos

Relatos ero: Masturbación femenina – Relatos eróticos cortos

Derrítete con estos dos nuevos relatos de ardiente masturbación femenina de Brenda B. Lennox. Más elegantes, más reales… Más calientes.

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Relatos eróticos

Relatos ero: Masturbación femenina

Ascensor hasta el cielo – Relato erótico corto (1)

A veces coincidíamos en el ascensor. Un saludo cortés y, tras él, un silencio plagado de sentido. Sin frases banales, sin conversaciones fatuas, sin fórmulas preconcebidas. Solo el lenguaje mudo entre nuestros cuerpos. El deseo cobrando forma hasta ser un ente vivo. La mirada que devora mientras la otra rehúye. Luego, la parada en mi piso, el «adiós» enmascarando un «sígueme», el placer onanista en la habitación solitaria.

Los días se suceden hasta que, por fin, comprendo. La vida es fugaz… ¿de cuánto tiempo dispongo?, ¿cuántos segundos quedan hasta que me engulla la nada? Acecho en el portal hasta que coincidimos. Otro saludo cortés, otro silencio plagado de sentido. Una vecina sube y su parloteo lo quiebra. No me importa, mi culo le busca a él. Se pega contra su paquete y él duda un instante. Sus manos levantan la falda y descubren mi sexo desnudo. Acarician mi vulva y mi humedad los lubrica. Penetran hasta el fondo y me follan despacio. La puerta se cierra y nos quedamos solos. Una mano pulsa el stop y la otra libera su miembro. Lo masturba al ritmo que la suya me masturba. Sus dientes se clavan en mi espalda y los míos buscan sus labios. Las lenguas llenan las bocas ahogando los gemidos. Me corro entre sus dedos y él se corre sobre mi culo. Los cuerpos acordaron en su lenguaje mudo.

Mi dedo pulsa mi piso. El suyo me abandona. Las puertas se abren. Salgo al descansillo.

—¿Mañana a esta hora?

—Mañana a esta hora.

Marioneta – Relato erótico corto (2)

Le di a enviar y apagué el portátil. Estaba agotada. Todo el día escribiendo. Solo me apetecía comer algo y relajarme en el sofá.

—¿Qué te apetece cenar?

Dejó de leer. —A ti.

—Pues estoy para el arrastre…

—¿Sí? No creo. Desnúdate.

Una excusa nació en mi garganta y murió aplastada entre los labios. Obedecí sumisa. Bajé la cremallera y el vestido se deslizó hasta mis pies; las bragas le siguieron.

—¿Y ahora qué?

—Tócate.

Me acaricié despacio, excitando cada poro de mi piel. El cuello, la curva de los hombros, el nacimiento de los senos. Me entretuve con ellos, los pezones se endurecieron y los apreté hasta arrancarme un gemido.

—Sigue.

Deslicé las manos por mi cadera, tracé círculos alrededor de mi ombligo, me arañé hasta sentir el placer del dolor. Él manejaba los hilos con su mirada. Mis dedos eran sus dedos… cuando tiraron suavemente del vello del pubis, cuando apretaron la carne sonrosada de la vulva, cuando se hundieron en su centro.

—Quiero verte mejor.

Me senté delante de él y puse un pie en cada brazo del sillón. Lubriqué mis dedos y jugué con mi sexo. De abajo a arriba, de dentro a afuera, de lado a lado. Me abrí los labios.

—¡Fóllame!

—Fóllate.

Y me follé.