Una MILF en apuros

Una MILF en apuros: 9 años sin follar

Leo que Lenny Kravitz dice llevar 9 años sin follar y os confieso que a poco que me esfuerce, le pillo y le supero. Que Kravitz no folle me tranquiliza porque si un pibonazo como él, que parece haber firmado un pacto con el diablo y que solo debe comer lechuga, está sin follar… me confirma que es un tema del mercado. Que está fatal. «Es el mercado, amigo», que diría Rato, que sabe mucho muchísimo del mercado, en su caso, del de capitales, del de follar no sé y prefiero no pensarlo porque me viene a la cabeza aquella foto suya veraniega subiendo a su yate (mercado de capitales, recuerden), con un bañador amarillo que se transparentaba.

Borrar del disco duro. Borrar, borrar… Sigo. De no follar íbamos hablando una colega y yo camino de una fiesta: entre ambas hay una brecha generacional importante, porque debe tener como 20 años menos que yo, y me iba contando que llevaba mucho sin coitar porque no liga. Una chica joven, monísima, inteligente… sin follar. De nuevo el mercado que hace de las suyas. «Chica, pues yo pensaba que no ligaba por una cuestión de edad pero veo que no, que no tiene que ver», le comenté mientras estábamos en el metro intentando que su perra guía no le chupase los pies a un viajero sentado enfrente.

Mi colega no es ciega (aunque a los amigos que organizaban la fiesta yo les dije que sí, que iba con una colega que llevaba un perro guía), sino que esta mujer, a la que le gusta liarse bien la vida, acogió a uno de los cachorros que tiene la ONCE para entrenarlos hasta que se convierten en perros guía. Y se los dan con toda una serie de directrices: que si no puedes jugar con ellos, que si tiene que obedecer a una palabra x para hacer pis… Por decidir, deciden hasta el nombre. Esta perra tenía un nombre que empezaba por «I», impronunciable. Impronunciable digo yo que era, que no fui capaz de retenerlo y su adiestradora también me confesó que era horrible, pero que los iban nombrando por letras del abecedario y había tocado la I.

En esas estábamos, con la perra, ya en la fiesta, cuando me encontré con mi amigo Hernando. Hernando es amigo de hace poco, pero le quiero como si llevase toda la vida con él porque es de esas personas que te alegra la existencia. Si tienes bajona, llama a Hernando, que ya verás que se te pasa. Pues allí estaba Hernando, creyendo firmemente como yo le había dicho, que mi colega era ciega, cuando me confesó que sentía desasosiego. Así me lo dijo, porque aparte de colombiano, es un poco vintage. ¿Por qué? Le pregunté imaginando algún problema de trabajo, o con su ex. «Pues porque me estoy follando a cuatro», nos dijo franco y directo. Mi colega y yo nos miramos y claro, lo vimos claro meridiano: ¡cómo íbamos a follar nosotras si Hernando se lo estaba follando todo él! Si tocábamos a tantos hombres por tía la ecuación se venía abajo porque se los llevaba todos Hernando, que empezó a enseñarnos las fotos de sus cuatro amigos con derecho a roce y los había bien pintones. Nos gustó más el que tenía pinta de delincuente, por aquello de legitimar la idea de que a las tías nos gustan los tíos malos (que ya os digo yo que no).

En aquella fiesta sí que ligamos, pero fue por la perra, así os lo digo: yo la tenía a mis pies, entre mis piernas, como me ha gustado en general tener siempre a los hombres en mi vida,  y la iba nutriendo con todo lo que llegaba del catering: que si queso, que si unas olivas, que si un poco de pan… chocolate no, que dice la heredera mayor que se quedan ciegos y hombre, menudo plan sería devolverle a la ONCE un perro guía ciego, ¿verdad? Un oxímoron en toda regla.

La gente se acercaba, daba igual hombres, mujeres o coleópteros, y todes me preguntaban que cómo se llamaba el animalillo: Indaia, decía yo. Que no es que fuera su nombre (ya os he dicho que era incapaz de retenerlo), sino el de una madre del cole. Pero oye, no estaba faltando a la verdad, empezaba por «I».

Nos fuimos de la fiesta muy contentas y con unas copas de más, acompañadas de Hernando, que también salió alegre. Follar no follaremos pero nos reímos un montón y eso reconforta el alma también.

Indaia se nos cagó con diarrea en el metro, quizá no le sentó bien el catering. Yo, la verdad, no le veo mucho futuro como perro guía, pero simpática es un rato.

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