Intercambio de fantasías

Intercambio de fantasías (IV). La alumna sumisa – Relatos eróticos lésbicos

Cuando termines de leer esta serie te habrás convertido en alguien diferente. Efectivamente, este es el último relato del intercambio de fantasías de la inquietante e intensa Venus.

Por orden, La primera vez con una chica, El día después y Pasión oral son los escritos precedentes. Disfruta, comenta y comparte. Sigue leyendo…

Relatos lésbicos

Fotografía: ANDREW O’HARA 

Intercambio de fantasías (IV). La alumna sumisa

Una profesora se hace maestra en el momento en que ha interiorizado sus asignaturas y las presenta como si ella hubiese descubierto el conocimiento esencial de las mismas.
Mi pasión por la Enseñanza se extendía del aula a la representación de la fantasía en el dormitorio: cuando impartía clases de inglés era afable y comprensiva; pero, la cosa cambiaba ostensiblemente cuando me transformaba en la maestra de la alcoba…

A pesar de haber dormido poco, amanecí con ganas de hacer travesuras. La noche anterior había sido intensa y, a contracorriente, el cuerpo ya pedía guerra. Mi alumna dormía profunda y plácidamente. Me moví con sigilo hacia el baño cuando encontré el montón de ropa en el pasillo de la entrada… El instantáneo recuerdo de la noche anterior hizo que mi sexo se estremeciera.

Intercambio de fantasías (IV). Pero mi cabeza estaba en el porvenir, y la ducha fue un magnífico momento para reproducir imágenes de la clase que iba a tener lugar. En ninguno de sus sueños puede visualizar la lección que está a punto de aprender –pensé. Me vestí con rapidez; medias con liguero, tacones, falda negra hasta la rodilla con abertura frontal y una blusa blanca con volantes (sin sujetador, ni bragas) me transformaban ipso facto en la más temible profesora. El moño alto, las gafas y una regla de madera de 30 cms, completaban el atuendo de profesora sexy e implacable. Me senté en el sofá del salón y esperé pacientemente a que se despertara.

Aún ensayaba mentalmente los diálogos de profesora de inglés cuando oí cómo se abría la puerta del baño. Tras el sonido de sus pasos, entró al salón. Cubierta con una toalla, me miró boquiabierta sin decir una sola palabra. Era la reacción perfecta…

–I am
You are
He/She/It is
We are
You are
They are –vociferé como la más odiosa de las profesoras–.

Tengo que confesar que, en ese mismo instante, me sobrecogió la sensación de estar haciendo un tremendo ridículo. Pero el show debía continuar…

–Repeat after me! –chillé–.
–I am
You are
He/She/It is
We are
You are
They are –repitió cual alumna temerosa de recibir un serio correctivo–.

–¿Qué verbo es? –pregunté con intensidad–.
–¿El verbo to do? –masculló titubeante–.
–¡No! –grité encolerizada, al tiempo que golpeaba un mueble con la regla–. ¡Es to be! Creo que no has estado paying attention en mis clases…

Intercambio de fantasías (IV). Se acercó mientras la regañaba; se arrodilló y lentamente alzó la falda hasta dejar mi sexo desnudo al descubierto.

–Tiene toda la razón, teacher. No he estado paying attention en sus clases, me cuesta mucho concentrarme –confesó mientras acariciaba mi vulva–.
–Eres una alumna muy tozuda –respondí, entregándome a sus manos–.
–¿Tienes lencería para mí?

¿Lencería? ¿Para qué quiere lencería una lesbiana orgullosa de su condición andrógina? Estaba totalmente confundida pero, obviamente, no era el momento de buscar respuestas.

–Seguro que hay algo para ti –dije–.
–También quiero tacones.
–¡Qué exigente eres, alumna! –exclamé mientras me intentaba incorporar–. También tengo una peluca…
–Genial, ¿de qué color es?

Sabía que una peluca rubia platino con flequillo no iba a pegar con su piel morena pero –no sé porqué– me estaba poniendo más cachonda sólo con imaginar el contraste. Volvimos al dormitorio, abrí un par de cajones donde tenía las prendas más sexys y le mostré lo que guardaban.

–¿Qué me recomiendas? –preguntó con voz femenina y esbozando una sonrisa juguetona–.

Intercambio de fantasías (IV). Mis manos cogieron automáticamente un vestido de PVC que le iba a quedar híper ceñido.

–¿Qué te parece esto? –le dije, vistiéndola con la mirada–.
–Lo que Usted diga, teacher –respondió con absoluta obediencia–.

¡La estaba feminizando y ella respondía entusiasmada! No podía creerlo. De un lado, era como volver a la infancia y jugar a los disfraces; y de otro, parecía que la estuviera travistiendo. Sus pechos realzados y la peluca rubia se combinaban con sus andares masculinamente bruscos y torpes, sobre los zapatos de tacón que le había dejado. Era todo morbo…

Me senté en la cama para contemplarla como si de una composición pictórica se tratase, mientras ella ponía un CD…

Comenzó a mover la cadera con gestos extremadamente femeninos y sexuales. La habitación respiraba el más intenso de los aromas eróticos.

–¿Dónde aprendiste a bailar así?
–Tuve una profesora de baile muy buena. ¿Qué? ¿No te gusta como bailo? –preguntó desafiante, mientras rozaba su sexo húmedo sobre mi muslo–.

Sin perder el ritmo se regalaba caricias frotándose desde los pechos hasta los muslos, levantándose el vestido y mostrándome su perfecta vulva.

Intercambio de fantasías (IV). La cogí por la cintura y la apreté contra mi cuerpo sin levantarme del borde del colchón. Quería devorarla y terminar lo que había iniciado la noche anterior. Me incorporé y enérgicamente la tumbé sobre la cama. Le abrí las piernas y besé su clítoris, antes de masturbarlo fieramente con mi lengua. Mi barbilla daba cuenta de su nivel de excitación pero, al igual que la primera vez, apartó mi cabeza.

–¿Por qué no me dejas? –pregunté visiblemente frustrada–.
–¡Es que no hay tiempo! –exclamó señalándome el reloj de la mesita de noche–.
–¡Joder!

El juego de verdad acababa de comenzar pero el fin de semana estaba a punto de terminar. Me dio un bajón tremendo: había pasado de la excitación más sublime a la triste certeza de saber que, en un par de horas, ella sólo sería un recuerdo. Dejé que mi cuerpo yaciera bajo sus cabalgadas. Se movió espasmódicamente, volcando la peluca sobre mis senos justo cuando se corría y, de nuevo, mi pubis quedó de tal punto dolorido que no podría tener un orgasmo… ¡en varios días! No obstante, lo que más me importaba de aquel momento era memorizar su cara y sus incontrolados gemidos. Estaba convencida de que esa imagen me inspiraría muchos orgasmos en solitario.

Se levantó repentinamente al poco tiempo de correrse, haciendo que nuestro intercambio de fantasías se desvaneciera en el precipicio de las urgencias de la realidad.

–Pide un taxi, please –me ordenó mientras se vestía apresurada–.

Intercambio de fantasías (IV). Le ayudé a hacer la maleta, recogiendo todas las prendas olvidadas por el suelo y, tras hacerlo en tiempo récord, nos sentamos en el sofá para recuperar el resuello. En ese mismo instante llegó un SMS informando que el taxi estaba abajo.

–Ya está aquí…
–Vale, no hace falta que bajes –aseveró–.
–¿Segura? –pregunté como una niña a la que van a abandonar–.
–Sí –afirmó sin mirarme–. Bueno, pues gracias por todo…

Me dio un par de besos en la mejilla y, con la misma frialdad con la que llegó al aeropuerto, se apresuró hacia la puerta sin ofrecer la oportunidad de acompañarla.

Me tumbé en la cama. Su olor emanaba de las sábanas como si fuera un aroma creado para erotizar. Cerré los ojos para reproducir la película que había protagonizado y me di cuenta de que había tenido una sobredosis de sensaciones. Abrí los ojos algo mareada e intenté pensar con claridad. Sensualmente, la confusión era aún mayor que antes… ¡Qué ingenua había sido al pensar que podía saciar mis anhelos lésbicos en un fin de semana!

Definitivamente, lo único que tenía claro era que algo importante había cambiado en mi vida: ese Nuevo Mundo me esperaba y yo deseaba conocerlo de principio a fin, como una profesora interioriza el conocimiento para convertirse en maestra.

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