Un oficial romano, dos oficiales romanos, tres oficiales romanos, cien oficiales romanos… ¡Bukake!
En el Antiguo Egipto nos habríamos topado con las denominadas «felatrices»; estas féminas se dedicaban a proporcionar sexo oral y, con respecto a si eran consideradas prostitutas o no, cabe recalcar que la sexualidad para aquellas gentes no era un tema tabú; de hecho, seguro que muchos actuales las tildarían de dadivosas. Asimismo, la prostitución per se estaba más que permitida e, incluso, conectaba con lo sacro. Se cuenta que no era extraño que las familias entregaran a alguna de sus hijas con tal de cumplir con los templos como benditas meretrices hasta llegado el momento de contraer nupcias. A su vez, el acto del sexo oral guarda una profunda connotación religiosa: claro ejemplo es el del famoso «Mito de Osiris» (existen diversas versiones), el cual, y resumiendo, viene a relatar la derrota de Osiris a manos de su hermano y asesino, Seth. Este seccionó el cadáver de Osiris en pedazos (determinadas fuentes detallan que fueron cuarenta y dos) y los esparció a conveniencia. La esposa de Osiris, Isis (en solitario o en compañía), fue recuperando los trozos, a excepción del pene. El miembro, como jamás fue encontrado, se sustituyó por uno de arcilla; la devota viuda lo añadió al resto del puzle de Osiris y le practicó una felación con la que logró devolverlo a la vida.
Retomando lo de si las mencionadas felatrices eran prostitutas o no, las opiniones de los avezados en el asunto discrepan. Sea como fuere, a estas se las distinguía debido a que se maquillaban los labios de un profuso rojo. Y si hablamos del Antiguo Egipto y de sexo oral, indudablemente, y con razón (o mucha rumorología), lo hacemos también de Cleopatra VII Filopator Nea Thea, apodada como «Merichane», que significa «La boca de diez mil hombres», o «Chelión»: «La de los gruesos labios». Plutarco, en su obra «Vidas paralelas», escribió de ella: «Poseía una voluptuosidad infinita al hablar, y tanta dulzura y armonía en el son de su voz que su lengua era como un instrumento de varias cuerdas que manejaba fácilmente y del que extraía, como bien le convenía, los más delicados matices del lenguaje. Platón reconoce cuatro tipos de halagos, pero ella tenía mil (…)».
Siendo francos, a Cleopatra se la continua acusando de ser la encarnación oriental del pecado, enloquecida por su furor uterino a pesar de las investigaciones que sostienen que dominaba siete u ocho idiomas (hay cronistas que sostienen que eran diez), contaba con conocimientos en música, historia, matemáticas, oratoria, cosmética, literatura, astronomía y medicina, además de todos los acertados movimientos políticos que llevó a cabo y de, al parecer, vivir una sexualidad plena. No obstante, lo sórdido (cómo no) ha eclipsado a lo virtuoso, ya que hasta se le ha atribuido la invención del primer vibrador –que no dildo–, hecho con un tubo de papiro lleno de abejas, aunque, quizá, la historieta más inverosímil asociada a la faraona implica a cien oficiales romanos (ajá, cien, ni uno más ni uno menos) a los que, con nocturnidad y alevosía, les hizo una felación hasta que estos eyacularon en una copa de oro con el fin de que ella se empinara su semen.
Pongámonos en la tesitura de que Cleopatra hubiera sido una especie de felatriz más o menos hermosa, más o menos elocuente, y se complaciera de realizar bukakes a uno o diez mil hombres para que terminaran en copas de oro o sobre ella misma. ¿Qué otra cosa cabría decirle más allá que en el último de esos escenarios se cuidase de ser salpicada en los ojos puesto que el semen puede resultar irritativo?