Sexo

Un poco de abracadabra o por qué las brujas montan en escoba

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Lana del Rey ya nos advierte en su canción que debe de ser la temporada de la bruja. ¿Y acaso os imagináis una de las mencionadas sin su protocolaría escoba? Es más, ¿pensabais que no existía un vínculo entre esta (en concreto, el palo) y la sexualidad?

Por qué las brujas montan en escoba

Diversas representaciones pictóricas de los siglos XV y XVI nos muestran a las brujas volando completamente desnudas sobre escobas, y no, ello no es por casualidad. Para entenderlo, primero tengamos en cuenta que, por entonces, la «medicina» no reparaba especialmente en el aparato ginecológico, y no era porque las féminas no padeciéramos ovarios poliquísticos, cólicos menstruales, problemas de fertilidad, falta de apetito sexual y demás… Numerosas mujeres, en un afán por hallar alivio a las tan comunes afecciones, experimentaron con plantas y otros materiales tales como la belladona, el cornezuelo, la mandrágora, la cicuta, variedad de setas (muy popular, la amanita muscaria), el beleño, el laurel, cortezas, estramonio… Sin embargo, la ingesta de muchos de estos ingredientes podía causar efectos secundarios no deseados y contraproducentes que iban desde náuseas, malestar, dolores de cabeza, estomacales, taquicardia, sangrados a la muerte; así pues, se percataron de que el empleo de los mismos en modo ungüento era más seguro que por el medio oral. Dichas unturas se aplicaron debajo de las axilas —cuya absorción era rápida—, en los senos, en el cuello, en las sienes y, en particular, en las zonas mucosas de los genitales. Se acostumbraba a embadurnar el palo de una escoba/vara con la mezcolanza y, a continuación, se introducía intravaginalmente (no es conveniente descartar la vía anal) o, en su defecto, se frotaba en las áreas íntimas.

«El vulgo cree, y las brujas confiesan, que en ciertos días y noches untan un palo y lo montan para llegar a un lugar determinado, o bien se untan ellas mismas bajo los brazos y en otros lugares donde crece vello, y a veces llevan amuletos entre el cabello». He aquí un ejemplo del siglo xv, recogido por el profesor Antonio Escohotadoen su monografía Historia general de las drogas.

Por consiguiente, profundicemos en el tema de la «monta»: los historiadores sacan en conclusión que, al cabalgar el morfinómano escobajo, y cuando el potingue cumplía con su cometido, ocasionaba alucinaciones y hacía creer a las féminas que volaban (entre otras quimeras). Cabe destacar que es más que probable que la narcótica situación deviniera en intensos orgasmos. En resumen, se veían sumidas en una vorágine psicosensorial. Por descontado, también partían de un folclórico herbario con conexiones «eróticas»; para abreviar, sería el caso de la mandrágora, la cual se relataba que crecía a los pies de un ahorcado tras una eyaculación postmortem.

Semejante crisol de prácticas tachadas de malignas estaba terminantemente prohibido por la Santa Madre Iglesia y, por ende, perseguido por la Inquisición, que pretendió consumirlo en las furibundas llamas de su abominación, aunque, y por suerte, parte de algunos de aquellos conocimientos han prevalecido como incandescentes ascuas hasta hoy y, quizás, sí que varias de nosotras afirmamos que lo nuestro sigue siendo un poco de abracadabra, con o sin escoba…

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