Tras su debut como novelista con La revolución de los borrachos, una historia (gamberra) de amor, Jose (sí, sin tilde) Flores acaba de publicar la trilogía Mambo, Mafia y Cha Cha Chá. No es una novela erótica, pero le hemos pedido que seleccionase un fragmento con contenido sexual para que lo puedas disfrutar de manera gratuita aquí, en el blog.
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SINOPSIS de Mambo, Mafia y Cha Cha Chá: Toni Echevarría, madrileño vago, pervertido, sin trabajo y sin futuro, es obligado a dejar su casa para irse a París, de donde no tardará en volver a salir por una mujer de la que se enamora profundamente una noche de fiesta… amaneciendo en un archipiélago caribeño desconocido a la mañana siguiente. Allí se reencuentra con su tío Bárbaro y su abuelo, que son los jefes de una poderosa mafia de contrabando. Toni empieza a trabajar para ellos junto a Los Guerreros, una unidad de narcotráfico con la que recorrerá las islas del Caribe. Pero su llegada coincide con el misterioso asesinato de unos turistas, causando un revuelo al otro lado del archipiélago, donde otro grupo mafioso pretende hacerse con el control de todo el negocio. Y el rifirrafe local, de pronto, se convertirá en un Juego de Tronados caribeño sin parangón. Mambo, Mafia y Cha Cha Chá cuenta la historia del Caribe desde sus orígenes, en clave de comedia coral, a través de la historia, la música y la religión. La narración transcurre, aproximadamente, entre el 2014 y 2018, donde se reproducen todos los acontecimientos del pasado de manera adaptada a los tiempos actuales.
La vida es un sueño
Después de que uno vive veinte desengaños, qué importa uno más, cantaba Arsenio en mi cabeza. Regresé a casa con el sonido del mar en los oídos, el olor de las flores del cerezo en la nariz, la polla como una baliza y los huevos como boyas. Maldita sea la bruja de los cojones con sus maldiciones y osogbos. A medida que avanzaba por el pasillo, me iba quitando la ropa para llegar bien preparado a la cama y poder masturbarme salvajemente nada más hacer la horizontal.
—Me la pienso dejar en carne viva; me la voy a cascar hasta dejarla en punta—le decía a nadie, ya desnudo, entrando en mi dormitorio.
—Vaya, vaya… Alguien se lo quiere pasar bien sin contar conmigo.
Se me bajó la erección de golpe. El mono había aprendido a hablar y se me estaba insinuando. Solté un gritito poco varonil y me proyecté contra la pared buscando el interruptor.
—No enciendas la luz, por favor.
Terror se queda corto para definir lo que sentí al ver una figura levantándose de mi cama, apartando las sábanas y poniéndose de pie. Un sudor más frío que el helado aliento de la muerte se deslizaba por mi lividecido cuerpo. El ojo de la noche silueteó un renacentista cuerpo femenino, con pulseras de oro en brazos y piernas por vestido. El hecho de que estuviera buena me tranquilizó.
—Espero que no te importe que haya venido a darte las buenas noches.
Caridad, mi Caridad, mi mulata bombón, mi diosa e imagen recurrente y constante en todas mis pajas y actos sexuales, mi fantasía desde que la conocí en París, mi sueño erótico, mi protagonista de todas las películas porno mentales que rodaba en mi cabeza, mi… tía. No, fuera, fuera pensamiento familiar, ¡fus!, ¡fus!
—Pero ¿qué haces tú aquí? ¿Estás loca?
—Qué gracioso. Pensaba que tú estabas loco por mí, pero veo que me he confundido— me dijo señalando el pingajo que me colgaba tímido y retraído entre las piernas.
—Y me gustas, pero no tan de repente. Dame tiempo para que lo asimile.
—Ya te ayudo yo.
Lenta y sensualmente, se acercó a mi lado. Mis ojos se clavaron en su rasurado ababó batiere. Me acarició el rostro con una mano mientras los dedos de la otra rodeaban suavemente el tallo de mi pene para bombearle sangre. Emitió una risita ahogada al notar la resurrección del chisme y su mano se impregnó con mi fluido de Cowper, que ludió levógiro alrededor de mi gorgoteante glande mientras yo acariciaba la lisura de su pecho, sintonizando sus pezones y gagueando con los rítmicos tintineos de conga de sus pulseras.
—Ven conmigo a la cama— me dijo dándose la vuelta.
Me tumbé a su lado, en plan fardo, dejándome hacer, dejándome llevar, dejando la dignidad en otro lugar.
—¿Te puedo besar?—pregunté con ingenuidad.
—Claro.
Posé mis labios sobre los suyos y cerré los ojos. Caridad estaba desnuda en mi casa, impregnando las sábanas con su aroma a miel, canela, albahaca, almizcle y pachuli. Devoré su salada boca hasta quitarle todo el pintalabios, lameteé sus ojos y lambuceé sus orejas hasta que me pidió que parara. Parecía una vaca, lo reconozco, pero obedecí.
—Llevo mucho tiempo sin follar, Toni. Necesito que me quites las telarañas.
«Pues has llamado a Spiderman». A diferencia de Patricia, que era más de jadeos, Caridad lloriqueaba unos gemidos con cada penetración, hasta que comenzó a excitarse y prorrumpió en sonidos más propios de un pavo real siendo violado que de una mujer gozando de la vertical príapa. Demasiado tiempo con las paredes de la vagina en stand-by hacía que las glándulas de Bartolino lubricaran como monjas medievales poseídas por quinientos demonios. Mis muslos recibían su oloroso flujo, felices de empaparse en ese viscoso líquido. Fueron horas y horas de beligerante placer carnal y de ropa de cama voladora hasta llegar a la explosión piroclástica de mi nabo. Vamos, personalmente fue lo que sentí. Lo más seguro es que no pasara de los cinco minutos. Al acabar, estuvimos un rato abrazados hasta alcanzar la incomodidad. Caridad se levantó y recogió su ropa del suelo.
—Lo único que te pido es que no le cuentes a nadie lo que ha pasado esta noche.
—Espero que tú tampoco le cuentes a nadie esto.
Y me abalancé sobre ella, cual conquistador español sobre inocente indígena. Tenía miedo de que mi polla languideciera y fuera a echarse una siesta esta segunda e inopinada vez, pero era Caridad. Recordé la noche en París, sus zapatos felinos, su culito vibrante al levantarse del sofá de mi tío, la sensación de sentir su cuerpo por primera vez cuando me abrazó y felicitó tras recuperar el tesoro… Como para no rendir correctamente, vaya. Incluso emasculado lo hubiera logrado. Fue una noche de lujuria y traición; Fanny Hill versus Brutus. Ella se abría de piernas y yo la apuñalaba por detrás.
—Edi la ado mado— me gritaba en plan Lucrezia Ajugari, la famosa cantante de ópera que alcanzó la tonalidad más alta en la historia.
¿Que acabábamos? Un descansito y a por el siguiente. Como cantaba Miguelito Valdés en la Orquesta Casino de la Playa un tema de Arsenio Rodríguez, cómo le gusta el chismecito a Caridad. Perdí la cuenta del marcador de orgasmos cuando el sol se puso a acariciar nuestros sudorosos cuerpos desnudos. Cuerpos que, si alguien hubiera visto lo que hicieron, programaría las pelis porno en el Canal Disney. Fue tan salvaje que hasta singamos encima de la nevera ¿Cómo? Esa es una de estas cosas que se entienden en el momento. Solo os diré que al acabar se abrió la puerta del microondas.
—Fumi, fumi (dame, dame).
—Gaiodele (ya llegó).
El edun, el mono, vivaqueó con los caracoles y los búhos. Es decir, escandalizamos la moral de un primate que se bebe su propio pis cuando no practica su deporte favorito: el comiquísimo lanzamiento de sus propias heces a los seres humanos. Un antiguo pariente nuestro, con esas aficiones, salió de SU casa para dormir al raso, abochornado por nuestras múltiples yuxtaposiciones sexuales. ¡Acojonamos a un mono! Fue una noche y amanecer realmente hermosos, de mostaza y mayonesa.
Hay que vivir el momento feliz
y hay que gozar lo que se pueda gozar,
porque sacando la cuenta en total
la vida es un sueño
y todo se va.
Y tanto que se iba a ir; me había olvidado de respetar el ebó de la irlandesa. Mi aventurilla acababa de condenar a la isla y a sus habitantes. La furia de los orishas alzaría su puño para golpear donde más duele y de múltiples maneras a mí, a los míos y a los otros. Las Quimbambas sufrirían la mayor revolución de la historia desde que un ser humano escuchara una voz dentro de su cabeza, hablándole. Pero me había tirado a Caridad, qué queréis que os diga. A mí me matan, pero yo gozo.
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