Los sentimientos contienen tantas posibles expresiones que, a veces, son imposibles de descifrar. Por eso, la mayoría de las relaciones nunca son lo que parecen. O sí.
Este es el tema de Al noveno San Valentín, el maravilloso relato que firma Rafa de la Rosa.
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Al noveno San Valentín…
Se quitan la ropa, los tapan las sábanas. Los labios de Fernando parecen hechos para los suyos, las manos de Carlos parecen creadas para rozar al otro. Ambos cuerpos se combinan en una armonía secreta, una canción que nunca habían oído y que bailan como si la conocieran desde siempre. Y cuando el fuego que arde en sus cuerpos los completa, juntan sus brazos de nuevo, piedra junto a piedra, perfectamente cinceladas, para abrazarse la una a la otra hasta que el sol las despierta.
***
Abandona el abrigo en el perchero con un gesto cansado. El mismo de cada día. Carlos vaga por el salón vacío, hastiado por el día de trabajo. Abandona los zapatos en mitad del pasillo. Ya los recogeré luego, se dice. Y llega hasta el pequeño despacho para darle el beso de rigor a Fernando.
Abre la puerta con un ya estoy en casa naciendo en sus labios, pero muere en su boca cuando ve que la habitación está fría y vacía. El ordenador, apagado. Está a punto de llamarlo en voz alta, pero quizá esté en el baño, adivina para sus adentros. Sin embargo, no oye la ducha, el brillo de la luz encendida no brilla al final del pasillo. Hay una pequeña nota sobre la mesa.
En ella está escrito su nombre con la caligrafía apretada y enrevesada de Fernando. Junto a su nombre, solo tres palabras, una hora y un lugar. Carlos no entiende nada y busca su móvil para mandar un mensaje, pero Fernando debe tener el móvil apagado porque no le llega.
Llevan demasiado tiempo sumidos en la rutina. Fernando trabaja desde casa, Carlos se va temprano y llega tarde de la oficina; comen juntos sin hablarse con alguna sitcom en la tele, y después se acuestan, el uno junto al otro, abrazados como dos esculturas de mármol cinceladas bajo las sábanas. Sin poder separarse el uno del otro, sin tener calor que compartir en esa fría piel de piedra.
A Carlos se le encoge el corazón solo de pensar lo que significan esas palabras, así que decide irse a la ducha. Allí, si llora, no tiene que limpiar las lágrimas. Después, se arregla, preparado para el divorcio, y sale de casa dejando atrás la nota…
«Tenemos que hablar. 20:00 en el Garden.»
Cuando llega al restaurante le duele tanto el estómago que apenas es capaz de hablar.
Se come bien, sin muchos lujos. Es el sitio que siempre elegían cuando tenían algo importante que decirse. Aquí fue donde Fernando le pidió matrimonio y Carlos teme que, en un alarde de poesía irónica y cruel, lo haya considerado como el mejor sitio para acabar los nueve años de relación. «Las mejores historias son siempre las que acaban en el principio», dice Fernando al acabar cualquier libro que le guste y, en este instante, esa frase suena a sentencia en la mente aterrada y caótica de Carlos.
Lo localiza en la mesa del fondo a la derecha, con la cabeza gacha y los ojos fijos en la pantalla del e-book. Llega hasta la mesa y se sienta; en sus labios una sonrisa se quiebra. Fernando levanta la mirada y sonríe, pero no le engaña: sus manos se mueven nerviosas. Le ha pedido una cerveza, pero Carlos no se ve capaz de beber nada ahora mismo.
–Tenemos que hablar –le dice Fernando.
Carlos se nota extraño, siente que Fernando fuera un desconocido.
Carlos no puede llevarle la contraria. Nunca ha podido, aunque su corazón se rompa un poco. Asiente, concede y se enjuga una lágrima antes de que esta baje por su mejilla.
–Por eso he pensado que esto… se tiene que acabar. Estarás de acuerdo, ¿no? –inquiere Fernando.
Carlos lo veía venir, pero en cuanto esa frase confirma sus sospechas no es capaz de mantener la compostura. El pecho le duele, los ojos le queman. El aire no entra ni sale de sus pulmones y, sin embargo, jadea al llorar.
–¿Qué te pasa, cielo? Carlos, mi vida, ¿qué te pasa? –le susurra Fernando, aproximando su cuerpo. Y su simple roce duele y alivia, escuece y mitiga…
«Que vas a dejarme, que esto se acaba. Lo siento mucho. Te quiero aún más», quiere decir, pero las palabras no salen. Solo fragmentos inconexos que Fernando es capaz de interpretar y de reconstruir.
–No, ¡no! –sonríe y le limpia las lágrimas.
Le besa en los labios y Carlos se prende con ese beso, consciente de que el agua de la vida vive en la boca de Fernando.
–Te lo he dicho mil veces, Carlos: las mejores historias son siempre las que acaban en el principio.
***
Se quitan la ropa, los tapan las sábanas. Los labios de Fernando parecen hechos para los suyos, las manos de Carlos parecen creadas para rozar al otro. Ambos cuerpos se combinan en una armonía secreta, una canción que habían olvidado y que escuchan como si fuera nueva. Y cuando el fuego que arde en sus cuerpos los completa, juntan sus brazos de nuevo, piedra junto a piedra, perfectamente cinceladas, para abrazarse la una a la otra hasta que el sol las despierta.